En plena guerra contra Inglaterra, Napoleón buscaba un punto débil: Portugal, aliado incondicional de los ingleses y refugio de sus barcos. Dominar Portugal era crucial para controlar los mares y completar su dominio europeo.
En 1804, tras proclamarse emperador, Napoleón forjó una alianza con España que resultaría desastrosa. La derrota conjunta en Trafalgar en 1805 no solo hundió el poder naval español, sino que dejó las colonias desprotegidas.
Un pacto que abre las puertas a la invasión
En 1807, el «Tratado de Fontainebleau» selló el destino de España. Las tropas francesas cruzarían el país camino a Portugal, mientras España se veía obligada a proveerles de alojamiento y suministros. El rey Carlos IV, consintiendo la invasión, entregó el país a la voluntad del general Murat, jefe de los ejércitos franceses en la península.
Los abusos de los soldados franceses no tardaron en encender la mecha de la rebelión popular. Ante la inacción del ministro Godoy, Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII.
En 1808, el joven rey llegó a Madrid aclamado como «El Deseado». El pueblo esperaba que pusiera fin a la tiranía francesa, pero se equivocaron. Napoleón, en un hábil juego de marionetas, obligó a Fernando VII a abdicar en su padre (las «Abdicaciones de Bayona») y luego a este en su hermano José, quien reinaría como José I.
Con un rey títere en el trono y un ejército invasor en su territorio, España se adentraba en una guerra cruenta por su independencia. La lucha contra el gigante francés sería larga, feroz y llena de sacrificios, pero también forjaría un nuevo espíritu nacional y marcaría un antes y un después en la historia del país.
El 2 de mayo: la chispa que enciende la guerra
La imposición de José I como rey («Pepe Botella» para los españoles) desencadenó la furia popular en Madrid el 2 de mayo. Casi de inmediato, toda España se alzó contra los franceses en defensa de su soberanía. Comenzaba así la «Guerra de la Independencia», un conflicto que duraría seis largos años y que, aunque sumiría al país en una profunda crisis, también marcaría el principio del fin del hasta entonces imbatible ejército de Napoleón.
Las tropas francesas se movían por España como si fuera tierra conquistada. Se apoderaban de casas, palacios, iglesias y conventos para convertirlos en cuarteles, caballerizas o incluso polvorines. Cuando se veían obligados a retirarse, no dudaban en volar estos polvorines, sin importar que se tratara de edificios históricos, con el único objetivo de privar al enemigo de su metralla.
Su barbarie no se limitaba a las construcciones. También destruían graneros y granjas, dejando a sus legítimos propietarios condenados al hambre y a la miseria, con el fin de privar al ejército español de abastecimiento.
Los soldados franceses, por su parte, se entregaban al pillaje y la violación impunemente, sin que sus superiores ni ninguna otra autoridad tomaran medidas para detener sus crímenes.
Un pueblo que resiste a pesar del terror
A pesar de la brutalidad del ejército francés, el pueblo español no se rindió. La resistencia se organizó en guerrillas que combatían al enemigo en constante movimiento, aprovechando su conocimiento del terreno y la hostilidad de la población local.
El apoyo del pueblo a la causa independentista fue fundamental para mantener la lucha viva. Las mujeres desempeñaron un papel crucial, proporcionando víveres, información y refugio a los guerrilleros.
La Guerra de la Independencia Española fue un conflicto de enorme sufrimiento, pero también una lucha por la libertad y la identidad nacional. El pueblo español se unió contra un enemigo poderoso y, aunque pagó un precio muy alto, logró finalmente su independencia.
Este conflicto dejó una profunda huella en la historia del país y forjó un nuevo espíritu nacional. La resistencia heroica del pueblo español se convirtió en un símbolo de libertad y orgullo para las generaciones futuras.
Saqueo a mano armada
En el contexto de la Guerra de la Independencia Española, los mandos franceses tenían una misión clara: hacerse con todas las obras de arte que consideraran de interés para el Museo Napoleón. Para ello, contaban con una herramienta invaluable: los seis tomos del «Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las bellas artes en España», de Juan Agustín Ceán Bermúdez, publicado en 1800. Cualquier obra que apareciera en este diccionario era inmediatamente confiscada, sin miramientos ni protocolos.
El expolio no se limitaba a las obras de arte. El propio José I, nada más llegar a Madrid, se apropió de las Joyas de la Corona y las envió a Francia. Este robo ha tenido un impacto permanente, ya que España no ha podido recuperar estas piezas y, por lo tanto, no cuenta con corona ni joyas oficiales.
Soult, el maestro del expolio
Siguiendo el ejemplo de José I, todos los altos mandos del ejército francés en España se dedicaron al saqueo de obras de arte. Murat, Sebastiani, Mathieu de Faviers, D´Armagnag, Lapereyre… La lista de nombres es larga, pero si hubo un oficial que destacó sobre todos los demás en este «encargo» fue Nicolas Jean de Dieu Soult, general en jefe del ejército napoleónico en Andalucía.
Soult ya había acumulado experiencia en el robo de arte durante sus campañas en Austria, Italia y Alemania. Sin embargo, fue en Sevilla donde realmente dio rienda suelta a sus instintos más bajos. El 1 de febrero de 1810 entró en la ciudad al mando de las tropas francesas y quedó fascinado por su belleza y riqueza. De inmediato, comenzó un saqueo sistemático e implacable.
Las noticias del expolio debían ser excelentes para Napoleón, ya que él mismo escribió: «Mis tropas han entrado ya en Sevilla, en donde se ha hallado un formidable botín». (Carta escrita por Napoleón, desde Rambouillet, a su ministro de Guerra, el duque de Feltre).
El expolio artístico durante la Guerra de la Independencia Española fue un acto de codicia. Pero también lo fue de destrucción que causó un daño irreparable al patrimonio cultural del país. La pérdida de obras de arte maestras y la desmembración de colecciones históricas aún se resienten hoy en día.
Sevilla: una ciudad rendida pero no conquistada
Es crucial destacar que la rendición de Sevilla no se produjo como resultado de una batalla. Se produjo por la presión ejercida por un ejército francés descomunal al que la ciudad no podía hacer frente. A pesar de la capitulación, las leyes de la guerra de la época exigían una serie de condiciones. Estas condiciones eran el respeto a la vida y posesiones de los ciudadanos, así como de las instituciones, incluida la Iglesia.
Las capitulaciones firmadas tras la toma de la ciudad también incluían compromisos por parte de los franceses: no prohibir los servicios litúrgicos ni suprimir las órdenes religiosas, algo que ya venían haciendo en otros territorios conquistados.
Sin embargo, Soult hizo caso omiso a estas promesas. Numerosos religiosos fueron expulsados y sus conventos y monasterios convertidos en cuarteles y polvorines.
Expolios a civiles e instituciones
Todas las obras de arte expoliadas provenían de civiles que no habían opuesto resistencia a la toma de la ciudad, así como de la propia Iglesia. Soult estableció su residencia y cuartel general en el Palacio Arzobispal. Utilizó el Real Alcázar como almacén para las obras expoliadas de la ciudad y provincia.
Eusebio Herrera, alcaide nombrado por Soult, se encargaba personalmente de catalogar y almacenar las obras. En total, se contabilizaron hasta 999 pinturas de artistas de primera línea en sus dependencias. Aunque finalmente solo unas 300 de estas obras salieron de España, es importante señalar que habían sido expoliadas «oficialmente» con destino al Museo Napoleón.
Sin embargo, no todas las obras robadas tenían un destino predeterminado. Soult reservó las mejores pinturas para su propia colección particular. Estas obras «robadas a título personal» se almacenaban por separado en su residencia. Se estima que el mariscal se apropió de más de 180 obras de arte de los mejores maestros. Maestros como Murillo, Zurbarán, Alonso Cano, Valdés Leal, Rubens, Herrera «El Viejo», Juan de Roelas…
Un viaje por el mundo siguiendo las huellas del expolio de Soult
Imaginemos un viaje por el mundo siguiendo las huellas del expolio de Soult, un rastro de obras maestras de Sevilla dispersas por los confines del planeta.
Obras maestras de Sevilla dispersas por el mundo
La huida a Egipto de Murillo: Admiramos la maestría del pintor sevillano en la Galleria di Piazzo Bianco de Génova, donde esta obra maestra nos transporta a un escenario bíblico lleno de vida y movimiento.
El Triunfo de la Inmaculada de Murillo: El Museo del Louvre nos acoge para contemplar la grandiosidad de esta obra cumbre del barroco español, donde la Virgen María se eleva en un torbellino de ángeles y colores.
San Basilio dictando su doctrina de Herrera, el Viejo: Otra joya del Louvre, esta pintura nos sumerge en la sabiduría de San Basilio, retratado con maestría por el artista sevillano.
En Estados Unidos:
San Pedro arrepentido de Murillo: La Colección Townsend en Newick nos conmueve con la expresión de arrepentimiento de San Pedro en esta obra llena de sentimiento y profundidad.
San Pedro liberado por un ángel de Murillo: El Museo del Hermitage en San Petersburgo nos ofrece la oportunidad de apreciar la liberación milagrosa de San Pedro, plasmada con gran dinamismo por Murillo.
Más obras expoliadas
El retorno del hijo pródigo de Murillo: La National Gallery de Washington nos invita a reflexionar sobre la parábola del hijo pródigo en esta obra llena de simbolismo y emoción.
La curación del paralítico de Murillo: La National Art Gallery de Londres nos muestra la intervención divina en la curación del paralítico, representada con gran realismo por Murillo.
El Niño Jesús repartiendo pan a los sacerdotes de Murillo: El Szépmüvészeti Múzeum de Budapest nos conmueve con la ternura y la generosidad del Niño Jesús en esta obra cargada de espiritualidad.
San Andrés de Zurbarán: Otra joya del Szépmüvészeti Múzeum, este retrato de San Andrés nos cautiva por su realismo y la intensidad de la mirada del santo.
Santo Tomás de Villanueva, niño, repartiendo limosna de Murillo: El Cincinnati Art Museum nos acerca a la figura de Santo Tomás de Villanueva en su niñez, repartiendo limosna con bondad y compasión.
Cristo servido por los ángeles en el desierto de Francisco Pacheco: El Museo de Goya en Castres nos permite admirar esta obra del maestro sevillano. La figura de Cristo recibe la atención de los ángeles en un paisaje árido.
El Convento de los Capuchinos de Sevilla
La historia del Convento de los Capuchinos de Sevilla nos recuerda la astucia de los frailes ante el expolio de Soult. Al verse obligados a abandonar el convento, sustituyeron las pinturas de su retablo mayor, todas obras de Murillo, por copias de bajo valor. Enviaron las originales a Cádiz, la única ciudad andaluza no conquistada por los franceses, preservando así su legado artístico.
Actualmente, estas pinturas se encuentran en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, en la Sala V, excepto la gran «Inmaculada» llamada «La Colosal» que procede del Convento de San Francisco. Entre ellas destaca la famosa «Virgen de la servilleta» de Murillo.
El amargo sabor del expolio: obras de arte españolas en manos extranjeras
La batalla por Sevilla y el inicio de la recuperación
El 27 de agosto de 1812, tras la Batalla del Puente de Triana, la ciudad de Sevilla fue liberada de la ocupación francesa por una coalición hispano-británica. En su retirada apresurada, el mariscal Soult se llevó consigo un botín considerable: las obras de arte que había expoliado a título personal. Su destino: sus residencias en París, el castillo de Soultberg y la mansión de Villeneuve.
Al final de la guerra, se formó una comisión con el objetivo de recuperar las obras robadas. Integrada por el general Álava, el capitán Nicolás Miniussir y el pintor Francisco Lacoma, lograron que se devolviera una pequeña parte de las pinturas que habían sido expoliadas «oficialmente». Es decir, aquellas destinadas al Museo Napoleón. Sin embargo, las obras saqueadas por los altos mandos franceses, como las de Soult, quedaron fuera de su alcance.
Ninguna de las 180 obras que Soult se apropió ilegalmente fue restituida a España. A su muerte en 1852, sus herederos subastaron gran parte de la colección, dispersando las obras por todo el mundo. Solo la «Inmaculada» de Velázquez, que hoy se encuentra en el Museo del Prado, y el «San Sebastián asistido por Lucinda y Santa Irene» de Ribera, actualmente en el Museo de Bilbao, lograron regresar a España.
Un destino similar para otras obras expoliadas
Las obras robadas por otros oficiales franceses corrieron un destino similar. Casas de subastas y marchantes se encargaron de su venta y distribución por todo el planeta. Hoy en día, se encuentran en grandes museos como el Louvre, el Hermitage o el Cincinatti, además de en colecciones privadas.
El expolio de Soult no fue el único caso de robo de obras de arte durante la Guerra de la Independencia. La desidia y la corrupción de algunos políticos y funcionarios permitieron que numerosas piezas del patrimonio artístico español salieran del país de forma ilegal. El propio Godoy regaló un Murillo de la colección real a Sebastiani, y José Bonaparte huyó con 1.500 carruajes cargados de tesoros. Fernando VII, por su parte, rechazó la devolución de 165 pinturas valiosas que le ofreció el general Wellington.
Más de dos siglos después del expolio de Soult, estas obras continúan cautivando a personas de todo el mundo. El nombre de Soult ya no significa nada, pero las obras que robó siguen siendo admiradas y estudiadas. Son un recordatorio del rico patrimonio cultural español y de la necesidad de luchar por su preservación y de recuperarlas, en la medida de lo posible.
El expolio de Soult dispersó las obras maestras de Sevilla por el mundo, pero no logró borrar su memoria ni su valor.
A pesar de la brutalidad y la codicia de Soult, el espíritu de Sevilla no fue vencido. La ciudad resistió con dignidad y entereza, preservando su identidad y su legado cultural. La lucha por recuperar las obras expoliadas continúa hasta el día de hoy, como un símbolo de la resistencia y la determinación de un pueblo por preservar su patrimonio.