La Cumbre de la ONU en Sevilla, entre el discurso global y las molestias locales

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Durante cuatro días, Sevilla es el eje de la diplomacia internacional al acoger la IV Conferencia de la ONU sobre Financiación para el Desarrollo. Líderes de más de 170 países, altos funcionarios y organizaciones internacionales están en la ciudad para debatir sobre justicia fiscal, alivio de deuda y cooperación global. Sin embargo, mientras en los grandes salones se hablaba de multilateralismo y solidaridad, fuera de las murallas del Real Alcázar, Palacio de las Dueñas o Fibes, los sevillanos y sevillanas vivían una realidad muy distinta: restricciones, caos en la movilidad y un impacto directo en su día a día.

La ciudad de Sevilla blindada sin miramientos y racionalidad

Desde días antes del inicio de la cumbre, Sevilla se vio sometida a un despliegue de seguridad sin precedentes. Varios barrios del centro histórico y zonas aledañas sufrieron cortes de tráfico, desvíos del transporte público y controles policiales que afectaron gravemente la movilidad urbana. Comerciantes del centro se quejaron por la falta de clientes, ya que muchas personas evitaron acercarse a las zonas bloqueadas. En los días que lleva la Cumbre de la ONU en Sevilla las molestias son evidentes.

Los vecinos, por su parte, denunciaron que no fueron debidamente informados sobre los cortes ni sobre las restricciones a pie de calle. El acceso a viviendas, garajes y negocios fue limitado durante horas, y en muchos casos, completamente prohibido durante los momentos de mayor afluencia de autoridades internacionales.

La ola de calor, con temperaturas superiores a los 43 °C, agravó aún más la situación. A pesar del bochorno andaluz, muchas de las actividades institucionales se realizaron en espacios cerrados y a los vecinos de la zona se les obligó a ir caminando desde donde dejaban el vehículo a su trabajo generando incomodidad.

Mientras tanto, los servicios públicos —ya tensionados por el calor extremo— tuvieron que redoblar esfuerzos ante el aumento de visitantes y las demandas logísticas del evento.

El despliegue policial: exceso y desorganización

Con más de 8.000 agentes desplegados, la ciudad vivió un clima de control absoluto. Aunque no se produjeron incidentes graves, hubo situaciones que pusieron en evidencia fallos de organización. Una mochila sospechosa abandonada obligó a activar el protocolo de explosivos, generando momentos de tensión en pleno centro histórico. La mochila no contenía nada.

Algunos sindicatos policiales han denunciado turnos excesivos, improvisación y condiciones precarias para muchos efectivos desplazados desde otras provincias. Algunos ciudadanos daban botellas de agua a la Policía Nacional, que se quejaron del mal estado de la comida. Mientras tanto, los ciudadanos veían con desconcierto un nivel de seguridad más propio de una cumbre del G7 que de una reunión sobre desarrollo.

Pese a que las autoridades locales destacaron la proyección internacional de Sevilla y los beneficios económicos indirectos de acoger un evento de tal magnitud, la mayoría de los ciudadanos no percibieron ninguna mejora palpable. Al contrario, para muchos vecinos el recuerdo que deja la cumbre es el de molestias, calor y calles cortadas.

Las promesas globales, por muy ambiciosas que sean, contrastan con una sensación generalizada de desconexión entre lo que se dice en los discursos y lo que se vive en la calle. Para buena parte de la población sevillana, la cumbre pasará -aún le quedan dos días- como una visita incómoda, de la que se espera, al menos, que no se repita sin una mejor planificación.

Aunque la Cumbre de la ONU en Sevilla abordó temas fundamentales para el futuro del planeta parece que nadie pensó en la ciudad y las molestias provocadas, la falta de previsión y la escasa comunicación con los vecinos han dejado un sabor agridulce en una población que, durante varios días, tuvo que hacer grandes sacrificios en nombre de un evento que sintió ajeno.