
El gremio de Arte Sacro de Sevilla carga contra los enseres cofrades fabricados en Asia
Polémica en Sevilla por la importación de enseres sacros desde Pakistán

La polémica ha vuelto a instalarse en el seno de las cofradías sevillanas y viene de la mano de la Asociación Gremial de Arte Sacro de Sevilla que ha emitido un comunicado en el que manifiesta su “profundo rechazo” tras conocerse que la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina ha estrenado unos faldones bordados en Pakistán.
La pieza fue donada por un grupo de hermanos de la corporación, gesto que ha dividido a la opinión de los cofrades y ha reabierto un debate cada vez más recurrente: la entrada de talleres extranjeros en un sector tradicionalmente artesanal y local.
El comunicado, fechado el 3 de febrero, lamenta lo que consideran un “atropello” hacia el gremio de artistas y artesanos de Sevilla. “Recibimos la noticia con hondo pesar y gran desánimo”, señala la nota, que reincide la excelencia y la trayectoria internacional de los talleres locales frente a la producción industrial procedente del sur de Asia.
La Asociación teme que la importación de piezas de bajo coste y calidad discutible ponga en riesgo la supervivencia de oficios que tienen siglos de historia en la ciudad.
En paralelo, las redes sociales se han convertido en altavoz de la controversia. Mientras algunos defienden el derecho de los devotos a realizar donaciones según sus posibilidades económicas, otros critican la decisión de acudir a un taller extranjero, interpretándola como una falta de apoyo al tejido artesanal sevillano.
Desde la propia hermandad, varios miembros han recalcado que la mayor parte de los estrenos previstos para la coronación de la Pastora han sido encargados a talleres locales.
Made in Pakistán: “Se lo fabricamos y enviamos en dos meses”
La facilidad con la que se pueden adquirir piezas en Pakistán es uno de los aspectos que más preocupa al sector. Un taller de la ciudad de Sialkot, un importante centro industrial del país asiático, indica que e el primer contacto se realiza a través de internet y se formaliza por WhatsApp, en español y con respuestas inmediatas.
El precio es uno de los principales atractivos pues una saya que en Sevilla costaría como mínimo 7.000 euros, en Pakistán se ofrece por menos de la mitad: entre 1.800 y 3.300 euros, según el material de hilo empleado.
Los plazos de entrega tampoco tienen comparación ya que mientras un taller hispalense puede tardar más de un año en completar una obra de este tipo, los fabricantes paquistaníes prometen enviarla en apenas dos meses.
La negociación se acompaña del envío masivo de fotografías de diseños disponibles con casi 40 modelos listos para ser adaptados al gusto del cliente.
“Tenemos nuestro propio diseñador, podemos crear cualquier imagen que nos envíe”, indican desde el obrador. Igualmente, los fabricantes reconocen abiertamente que trabajan con réplicas de diseños ya existentes, una práctica que en Sevilla se considera plagio.
El sistema comercial también cuenta con intermediarios que, a cambio de una comisión, conectan a las hermandades con los talleres asiáticos. Quienes consiguen tratar directamente con el fabricante obtienen precios aún más bajos, lo que potencia el atractivo de un mercado basado casi en exclusiva en el abaratamiento de costes.
Para el gremio de Arte Sacro, el desembarco de los talleres paquistaníes supone una competencia considerada como “desleal” que amenaza seriamente al sector local.
Los artesanos advierten que los precios y tiempos de ejecución de Asia son imposibles de igualar sin renunciar a la calidad y a la dedicación que siempre caracterizan a la producción sevillana.
En su defensa, los talleres locales recuerdan que detrás de cada pieza hay meses de trabajo manual, experiencia acumulada durante muchas generaciones y una carga simbólica que no puede equipararse a la producción en serie.
“Nuestra principal aliada es la calidad”, reiteran, conscientes de que el criterio económico ha empezado a pesar cada vez más en las decisiones de algunas hermandades.
El debate, en definitiva, va más allá de lo meramente económico. Para unos, es un reflejo inevitable de la globalización: la apertura de mercados ha llegado también al universo cofrade. Para otros, es una amenaza real que erosiona un patrimonio artístico y cultural único en el mundo.
Lo que es indiscutible es que el conflicto está lejos de apagarse y que cada nuevo estreno importado seguirá alimentando la controversia.