¿Has oído hablar de la enigmática leyenda de Maese Pérez, el organista inmortal, narrada por Gustavo Adolfo Bécquer? Su historia, llena de misterio y emoción, sigue viva en los ecos del viejo convento de Santa Inés, en Sevilla, donde muchos aseguran que su espíritu aún ronda, aferrado a su amado órgano.
En aquel convento sevillano, Maese Pérez era una figura célebre. Su virtuosismo al órgano lo había convertido en una leyenda en vida. Cada año, la Misa del Gallo en Santa Inés se convertía en un acto solemne y esperado, pues su música trascendía lo terrenal, tocando el alma de quienes la escuchaban. Era tal su talento, que la ciudad entera acudía al convento para disfrutar de sus melodías, impregnadas de una devoción casi divina. Sin embargo, una fatídica Nochebuena, el destino quiso poner fin a esta tradición.
Maese Pérez se encontraba gravemente enfermo y, ante la noticia de su posible ausencia, la comunidad quedó conmocionada. Un organista envidioso y rival del maestro se ofreció para tocar en su lugar, pero su reputación de mediocridad generó desconcierto entre los asistentes. En medio de la incertidumbre, un clamor recorrió la iglesia: Maese Pérez había llegado. Sus incondicionales lo habían transportado en un sillón, pues él, aún al borde de la muerte, no estaba dispuesto a dejar de tocar en la misa más importante del año.
La ceremonia comenzó con solemnidad, y cuando llegó el momento de la Consagración, el órgano llenó el espacio con una melodía sublime, cargada de una intensidad que parecía venir del más allá. La música era tan grandiosa que muchos creyeron escuchar a los propios ángeles cantar. Pero, de pronto, el órgano enmudeció. El silencio se hizo sepulcral: Maese Pérez había muerto mientras sus manos aún descansaban sobre las teclas.
Al año siguiente
El año siguiente, la ausencia del maestro pesaba sobre la comunidad. Un nuevo organista, conocido por su falta de habilidad, fue designado para reemplazarlo. Los feligreses, resignados, no esperaban mucho de la ceremonia. Sin embargo, cuando comenzó a tocar, el órgano resonó con la misma grandeza que cuando Maese Pérez lo hacía. La multitud quedó atónita; la música era idéntica, como si el maestro hubiera regresado. Al terminar, el nuevo organista confesó aterrado que no volvería a tocar aquel instrumento, pues aseguraba haber sentido una presencia sobrenatural a su lado mientras tocaba. Aseguró ver a Maese Pérez, sentado frente a las teclas, tocando con la misma pasión de antaño. Lo más desconcertante fue que el órgano seguía emitiendo su música celestial, a pesar de que nadie lo estaba tocando.
Desde entonces, la leyenda de Maese Pérez sigue viva. Muchos aseguran que su espíritu jamás abandonó el órgano, y que su música continúa resonando en las paredes del convento, como un testimonio de su amor eterno por la música y su devoción inquebrantable. Así, Maese Pérez se convirtió en una figura inmortal, un símbolo de la trascendencia del arte y la fe.