Fernando III de Castilla, conocido como «el Santo», nació en el año 1199 o -como fecha alternativa- 1201, en un lugar entre Zamora y Salamanca. Era hijo de Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla, dos figuras clave en la historia peninsular.
La infancia de Fernando estuvo marcada por las turbulentas relaciones entre sus padres y las luchas por el poder en los reinos de León y Castilla. Tras la anulación del matrimonio de sus padres, Berenguela se convirtió en regente de Castilla, mientras que Fernando permanecía con su padre en León.
Ascenso al trono y unificación de reinos
En 1217, tras la muerte de su hermano Enrique, Fernando heredó el trono de Castilla. Un año después, gracias a la renuncia de su madre, Berenguela, unificó las coronas de Castilla y León, dando origen a un reino más fuerte y unido.
Fernando III se consagró como un líder militar excepcional, dedicando gran parte de su reinado a la Reconquista de territorios de manos musulmanas. Conquistó reinos como Jaén, Córdoba, Sevilla y gran parte de Badajoz, reduciendo considerablemente la presencia musulmana en la península.
Fernando III falleció en Sevilla en 1252, dejando un legado de unidad territorial, expansión y religiosidad. Fue canonizado en 1671 por el papa Clemente X, convirtiéndose en uno de los santos más venerados de España.
La reconquista bajo el liderazgo de Fernando III
Tras sofocar las rebeliones internas y unificar los reinos de Castilla y León, Fernando III se embarcó en una ambiciosa campaña de reconquista contra el Islam, aprovechando el debilitamiento de los musulmanes tras la victoria de su abuelo Alfonso VIII en Las Navas de Tolosa (1212).
Esta empresa bélica culminó con la reconquista del valle del Guadalquivir, un territorio de gran extensión y riqueza que convirtió al reino castellano-leonés en la potencia dominante de la Península Ibérica, superando a sus vecinos y estableciendo la única frontera terrestre con el Islam, representada por el reino de Granada que perduraría hasta el siglo XV.
El inicio de esta gran campaña militar se aprobó en la Curia de Carrión en 1224, coincidiendo con la fragmentación del poder musulmán tras la muerte del sultán almohade Abú Yacub Yusuf. Fernando III aprovechó esta coyuntura para tejer alianzas con reinos cristianos vecinos, como Portugal y Aragón, y con órdenes militares como las de Calatrava, Santiago y Alcántara.
Una a una, ciudades emblemáticas del Islam fueron cayendo bajo el dominio cristiano. Córdoba, en 1236, marcó un hito importante, seguida por Jaén en 1246. La conquista de Sevilla, sin embargo, presentó un desafío mayor. Su estratégica ubicación y tenaz resistencia exigieron un esfuerzo militar conjunto por tierra y mar. Fernando III solicitó la ayuda de la flota castellana del Cantábrico, bajo el mando de Ramón Bonifaz, quien asedió la ciudad por el río y bloqueó el Atlántico para impedir la llegada de refuerzos. Finalmente, Sevilla capituló ante el rey Fernando en 1248.
A pesar de sus esfuerzos, Fernando III no logró conquistar Cádiz, un objetivo que quedaría pendiente para su hijo Alfonso X el Sabio. Tras la reconquista, siguió la repoblación de las tierras recién incorporadas, un proceso que se llevó a cabo mediante repartimientos entre caballeros y peones cristianos.
Fernando III de Castilla falleció en 1252 mientras preparaba una campaña para continuar la reconquista hacia el norte de África. Fue enterrado en la catedral de Sevilla y canonizado por la Iglesia católica en 1671. Su figura quedó grabada en la historia como un rey unificador, conquistador y pilar fundamental de la reconquista cristiana en la Península Ibérica.
El sepulcro de Fernando III el Santo: Un homenaje real con historia
El último deseo del rey
Fernando III el Santo, tras una vida consagrada a la conquista de reinos y a la expansión del cristianismo, falleció en Sevilla en 1252. En su testamento, dejó claro su deseo de tener un sepulcro sencillo, sin estatua yacente, a los pies de la Virgen de los Reyes, imagen que le había sido regalada por su primo, San Luis de Francia.
Sin embargo, su hijo Alfonso X el Sabio, movido por la grandiosidad y el deseo de honrar a su padre, decidió ir en contra de la voluntad del rey difunto. Encargó la construcción de dos mausoleos de plata para sus padres, con efigies sedentes adornadas con metales preciosos y piedras preciosas.
La efigie de Fernando III, coronada de oro y gemas, lo representaba sentado en un trono de plata, con la espada en mano derecha y un anillo de rubí en el dedo índice izquierdo. La imagen del rey transmitía autoridad y poder, incluso en su reposo eterno.
Un destino cambiante para las joyas reales
Las coronas y joyas que adornaban las efigies de Fernando III y Beatriz de Suabia fueron expoliadas por su descendiente, Pedro I de Castilla, durante la Guerra de los dos Pedros. El argumento del rey era que no estaban suficientemente protegidas.
Tras la canonización de Fernando III en 1671, la efigie original del siglo XIII fue sustituida por una nueva, realizada por el escultor Pedro Roldán. Esta imagen, más acorde con la estética barroca de la época, fue dorada y estofada por una hija del pintor Juan de Valdés Leal.
En la actualidad, la urna de plata que contiene los restos de Fernando III el Santo se encuentra en un lugar de honor en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, sobre un basamento de mampostería ante la imagen de la Virgen de los Reyes. Cuatro epitafios en árabe, latín, hebreo y castellano, atribuidos a Alfonso X, completan este homenaje real.
El sepulcro de Fernando III el Santo es un símbolo de la grandeza del rey, de la devoción de su hijo y del paso del tiempo que ha ido transformando su imagen. Un recordatorio de la historia, la fe y el arte que se unen para honrar a un monarca que marcó una época.