Es uno de los casos atesorados por el detective Juan Carlos Arias (ADAs) y que ha tenido la gentileza de recordarme algunos de los pormenores del mismo. Han pasado casi cuatro décadas desde que la tragedia se abatió sobre la familia Reyes en Torreblanca, en Sevilla. La tarde del 28 de octubre de 1984, Francisco José «Paquito» Reyes, de solo 4 años, desapareció mientras jugaba con sus amigos. Su ausencia sembró el pánico en el barrio y activó una desesperada búsqueda que culminó con el hallazgo de su cuerpo sin vida en una caseta abandonada.
El pequeño Paquito fue encontrado dentro de un saco, calcinado, maniatado y con signos de abuso sexual. La noticia conmocionó a toda la comunidad y abrió una herida que aún no ha cicatrizado. La investigación policial no pudo dar con el culpable, alimentando la sensación de impunidad y la frustración de la familia.
Torreblanca nunca olvidó a Paquito. Las calles del barrio aún recuerdan la alegría de su infancia truncada. Los vecinos, que participaron activamente en la búsqueda del menor, aún se preguntan quién mató a Paquito. La falta de respuestas ha alimentado el dolor y la indignación, convirtiendo este caso en un símbolo de la lucha contra la impunidad.
A pesar del tiempo transcurrido, la familia Reyes no pierde la esperanza de que se haga justicia. Han pasado casi 40 años, pero el recuerdo de Paquito sigue vivo y su crimen sigue clamando por respuestas.
Un barrio marcado por la rabia, la homilía y las incógnitas
El informe policial inicial reveló detalles perturbadores: símbolos fálicos en las paredes de la caseta abandonada donde se encontró el cuerpo, restos de pornografía y basura esparcidos, y la inexplicable demolición de la caseta pocos días después de ser precintada.
La indignación por el crimen de Paquito se tradujo en una oleada de rumores, calumnias y «vendettas» privadas. La rabia era palpable y la tensión se apoderó de Torreblanca. La presencia de casi 200 agentes entre policías y guardias civiles era necesaria para mantener el orden público.
El funeral de Paquito, un pequeño féretro blanco rodeado de coronas de flores, conmovió a miles de personas que se congregaron para despedirlo. Las lágrimas y el dolor inundaron el barrio, unidos en el luto por la pérdida de un inocente. La homilía del oficiante, con frases como «Paquito no ha sufrido al morir» y «…Dios lo reconfortará…», generó desconcierto entre algunos asistentes.
Un misterio sin resolver
Las incógnitas sobre el crimen de Paquito siguen sin respuesta: ¿Quién ordenó derribar la caseta? ¿Quién «colocó» el saco con el cuerpo? ¿Quién conocía tan bien el lugar? ¿Dónde está el asesino?
El crimen de Francisco José «Paquito» Reyes en 1984 no solo conmocionó a Torreblanca por su brutalidad, sino que también desató una ola de homofobia y sospecha hacia ciertos sectores de la comunidad.
La detención de un vagabundo homosexual que frecuentaba el barrio encendió la ira de algunos vecinos, quienes lo vieron como el principal sospechoso. Sin embargo, tras comprobarse que tenía coartadas sólidas corroboradas por testigos, fue puesto en libertad.
La parroquia jesuita: ¿Un nido de perversión?
Las furgonetas policiales que rodearon la parroquia jesuita del barrio avivaron las sospechas sobre los religiosos. Un viejo Renault-4 que frecuentaba la zona también se convirtió en objeto de investigación. Las llamadas desde el teléfono parroquial la noche de la desaparición de Paquito al Gobierno Civil pidiendo un helicóptero para la búsqueda también generaron dudas.
Los jesuitas, conocidos por su labor social con los más desfavorecidos, no eran del agrado de todos en Torreblanca. Su presencia en el barrio era motivo de debate y las sospechas sobre su posible implicación en el crimen alimentaron la tensión.
Entre la Sospecha y la Leyenda
La detención de tres sacerdotes jesuitas, Juan Francisco Naranjo, Luis Aparicio y Cristian Briales Shaw, el 21 de noviembre de ese mismo año, conmocionó a la ciudad y avivó las llamas de la sospecha y la rumorología.
En la noche del 21 de noviembre, un grupo de agentes policiales llegó a la parroquia de Torreblanca con una orden judicial de detención para los tres sacerdotes. La operación se desarrolló con discreción y, según algunos relatos, con un trato deferente hacia los detenidos. Un Renault 4 vinculado a los jesuitas también fue incautado, y en su interior se encontró, posteriormente, yute similar al del saco que envolvía el cuerpo de Paquito.
Naranjo y Aparicio: Liberados, Briales: Detenido
Naranjo y Aparicio fueron puestos en libertad a las pocas horas de su detención, pero Briales, quien ostentaba una mejor reputación entre los vecinos por su labor social, permaneció bajo arresto durante tres días. Las incongruencias en sus declaraciones ante los interrogadores lo mantenían en el foco de las sospechas.
La Jefatura de Policía de Sevilla, ubicada en la Plaza de la Gavidia en aquel entonces, se convirtió en el epicentro de la tensión. Cientos de vecinos, periodistas y personas que cuestionaban la actuación policial se congregaron frente al edificio, acusando a las autoridades de ser cómplices de un PSOE anticlerical que acababa de llegar al poder con Felipe González.
Briales, sacerdote con formación teológica, ingeniero y licenciado en Humanidades, respondía a las preguntas sobre el crimen con un repetitivo «solo Dios lo sabe». Cuando se veía acorralado por las técnicas de interrogatorio, pedía leer la Biblia o culpaba al demonio de la muerte de Paquito. Su lenguaje canónico y su tozudez exasperaban a los investigadores.
El yute canario y la presión judicial
El yute del saco que envolvía a Paquito provenía de Canarias, donde Briales había ejercido su labor pastoral años atrás. Tras cumplirse el plazo legal de detención, el juez de guardia decretó su puesta en libertad. La presión en los juzgados era palpable en una Sevilla que, como bien decía Santa Teresa, era «la tierra de la Virgen donde habita el diablo».
Existen leyendas sobre el caso que hablan de una orden de ingreso en prisión para Briales que nunca se materializó, alegando que no constaba en el sumario. Otra leyenda gira en torno a una enfermedad repentina dictaminada por un médico amigo del juez para evitar «comerse un marrón». Estas historias se contraponen a la defensa cerrada que los jesuitas construyeron en su favor, utilizando métodos cuestionables.
La prensa conservadora y el caso Paquito Reyes
La liberación de Cristian Briales Shaw, uno de los tres sacerdotes jesuitas detenidos por el crimen de Francisco José «Paquito» Reyes en 1984, desencadenó una feroz campaña de la prensa más conservadora contra la Policía Nacional y el Gobierno.**
La prensa de derechas tildó el operativo policial de «planchazo» y lanzó intolerantes infamias contra el Gobernador Civil, Alfonso Garrido Ávila, y el Jefe de Policía, Comisario Blanco Benítez, acusándolos de anticlericales y de actuar por motivos políticos.
Blanco Benítez, un católico ferviente y conservador, era conocido por su honestidad y su compromiso con la justicia. Fue el único Director General de la Policía que dimitió ante falsas acusaciones de tortura a un etarra. Su temple ante las infamias y su defensa del trabajo policial lo convirtieron en una figura respetada por muchos.
Garrido Ávila, un recién llegado a la política, también fue víctima de los ataques. Se le acusó de ser un enemigo de la Iglesia y de perseguir a los cristianos.
Descalificación del trabajo policial y ensalzamiento de Briales
La campaña mediática se basó en la idea de que «un jesuita es imposible que haga tal barbaridad», descalificando el trabajo policial y exaltando a Briales como un mártir. Se organizaron manifestaciones clamando venganza contra los «anticlericales» y la prensa llenó sus páginas con historias que ensalzaban la figura del sacerdote.
El entonces Obispo de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, recibió a Briales y a los otros dos sacerdotes detenidos en el Palacio de la Plaza Virgen de los Reyes, en un acto público que fue interpretado como una muestra de apoyo a los jesuitas y un ataque a la investigación policial.
El caso Paquito Reyes es un ejemplo de la tensión social y política que existía en España en la década de 1980. La polarización entre izquierda y derecha era evidente, y la Iglesia Católica tenía una gran influencia en la sociedad. La campaña mediática contra la Policía y el Gobierno reflejó esta tensión y puso en riesgo la presunción de inocencia de todos los involucrados.
Un laberinto de incógnitas, encubrimientos y justicia incompleta
A pesar de que el caso del crimen de Francisco José «Paquito» Reyes en 1984 se enfrió con el paso del tiempo, la sombra de la duda y la sospecha sigue presente. El «supergrupo» de investigadores creado por el Comisario Blanco y la colaboración internacional con Scotland Yard y el FBI no lograron resolver el caso de manera oficial.
El Comisario Blanco, ya jubilado, admitió en privado que el caso «estaba resuelto policialmente», aunque nunca se identificó oficialmente al culpable. Además, reveló que durante una entrevista con Cristian Briales en los calabozos de la Gavidia, este le prometió respeto, promesa que el jesuita no cumplió, acusando al demonio, a la prensa y al poder de «calumniarlo».
Las investigaciones se vieron entorpecidas por anónimos con pistas falsas y por la actitud de Briales, quien visitaba a periodistas para defenderse y actuar como «experto» en un caso donde parecía ser parte interesada. A pesar de su comportamiento, nunca volvió a ser privado de libertad.
¿Confesión entre jesuitas?
Se presume que durante su encierro en los calabozos, los tres sacerdotes jesuitas se confesaron entre sí, compartiendo supuestamente la identidad del asesino de Paquito. Sin embargo, la Justicia nunca lo confirmó.
En octubre de 1989, cinco años después del crimen, el sumario judicial se archivó «al no hallarse autor conocido». El abogado de la familia, José Antonio Santamaría, fue criticado por su falta de iniciativa para esclarecer el caso. Las actuaciones «de oficio» de la policía y la justicia fueron más ágiles, pero no suficientes para llegar a la verdad.
Hubo movimientos por parte de la cúpula jesuita, la diplomacia vaticana y otras figuras influyentes que aplaudieron el archivo del caso, quizás por conveniencia. Un dato llamativo fue la insistencia de un dirigente jesuita en obtener información de las pesquisas realizadas en el Instituto Anatómico y de Toxicología sobre los sacerdotes y la víctima.
Entre el diablo, el periodismo y la verdad
El 8 de julio de 1990, El Correo de Andalucía publica un artículo sobre el caso Paquito Reyes en su serie Criminología. El autor, quien escribe estas líneas, destaca las incógnitas que el archivo del caso no despejó.
Al leer el artículo desde Canarias, Briales decide volar a Sevilla para entrevistarse con el periodista. El lunes, con un casco integral de moto para ocultar su identidad, se presenta en la redacción del periódico. Nervioso y soberbio, exige saber las fuentes del artículo y quién es el autor del crimen de Paquito.
Briales, balbuceando, culpa al diablo del crimen y asegura que no presentará ninguna reclamación por la veracidad de la calumnia, según él. Este diálogo «de besugos» no modifica lo publicado. Briales nunca replica por escrito, pero sí se dedica a acosar al periodista con preguntas, llamadas e incluso visitas. Se calcula que se entrevistó con decenas de personas relacionadas con el caso, sin obtener resultados.
La defensa innecesaria y las acusaciones sin fundamento
Briales, a pesar de no haber sido acusado nunca del crimen, protagoniza una defensa de su inocencia cuestionable, innecesaria y ya constatada judicialmente. Su actitud despierta burlas y críticas: «el demonio tiene tanta tarea en el infierno como para matar un niño en Sevilla».
En la serie de Canal Sur TV «Malas Artes» (junio de 1991), Briales tilda de «ridículos» a quienes lo relacionan con la muerte de Paquito. Su comportamiento deja claro que no acepta la idea de que alguien dude de su inocencia, incluso si para ello tiene que culpar al diablo o atacar a otros sin fundamento.
En abril de 1999, el padre Briales fallece sin que se aclare la muerte de Paquito. Pocos meses después, muere el Comisario Blanco, cuyo único «planchazo» fue dedicar su vida profesional a la policía.
Los otros dos jesuitas detenidos junto a Briales fueron destinados a diferentes puntos de España, aunque regresaron a Torreblanca para continuar su labor docente y de apostolado con jóvenes y niños necesitados.
Mariano Sánchez Soler y la novela que nunca se publicó
El reputado periodista y escritor Mariano Sánchez Soler intentó escribir una novela basada en el caso Paquito Reyes, utilizando como base sus reportajes en Tiempo e Interviú. Sin embargo, un «duende» alejó el texto de la imprenta.
Según el autor, la novela no se publicó porque la verdad no debía ser demasiado evidente en un caso plagado de mentiras y presiones. Sin embargo, Sánchez Soler retomó el tema en su última obra, Hojarasca de cadáveres (Al Revés editorial, 2023), dedicando un capítulo a este crimen impune en el marco de su prolífica trayectoria como narrador de sucesos.
Entre el perdón papal, la justicia prescrita y la pregunta sin respuesta
En el año 2003, el Superior General de la Compañía de Jesús, Hans-Peter Kölvenbach, sorprendió al mundo al pedir perdón por los escándalos sexuales que habían protagonizado algunos miembros de la orden. Este gesto valiente, pronunciado en Loyola, cuna de la Compañía, contrastaba con el silencio que había rodeado durante años estos abusos.
Kölvenbach, conocido como el «Papa Negro» por su influencia en el Vaticano durante el papado de Juan Pablo II (1978-2005), reconoció que la Compañía de Jesús debía ser aceptada «con sus luces y sombras, fuerzas y debilidades, su empuje apostólico y sus frenos».
En contraste, Juan Pablo II, marcado por su conservadurismo, optó por tapar los abusos sexuales de clérigos y dirigentes eclesiales, reprimir la Teología de la Liberación y, finalmente, apartar al sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, tras años de denuncias por abusos sexuales a menores.
En 2024, a 40 años del crimen impune de Francisco José «Paquito» Reyes, las preguntas son más urgentes que nunca. Si bien el Papa Francisco, conocido por su valentía y cercanía al pueblo, ha seguido los pasos de Kölvenbach en cuanto a reconocer los errores de la Iglesia, la pregunta que atormenta a la comunidad de Torreblanca sigue sin respuesta: ¿Quién mató a Paquito?
Justicia terrenal prescrita, justicia divina sin resolución
La ley española ha prescrito el delito de Paquito Reyes, lo que significa que sus autores ya no pueden ser juzgados penalmente. El «Caso Torreblanca» caducó en 2004, un año en el que el autor de este texto publicó el libro «Confidencias de un detective», donde dedicó un capítulo a este trágico suceso.
Sin embargo, la justicia canónica no ha abordado el crimen de este menor inocente e indefenso. Torreblanca, el barrio que salió a las calles para buscarlo y rezar por su alma, merece más respuestas que la simple acusación al diablo de las maldades humanas.
¿El secreto de confesión protege al peor asesino?
Hablando con el detective Juan Carlos Arias una última pregunta que queda en el aire es si el secreto de confesión protege al peor asesino. La respuesta, como bien dice el autor, es retórica: lo sabremos en otra vida. Esta, por el momento, parece corta y frenética.
A pesar de la prescripción del delito y la falta de resolución por parte de la justicia canónica, la búsqueda de la verdad y la justicia en el caso Paquito Reyes no ha cesado. La familia de la víctima, la comunidad de Torreblanca y aquellos que buscan la verdad no se rinden, y esperan que algún día se haga justicia y se sepa quién mató a Paquito.