Sevilla conmemora 72 años del brutal asesinato de Matilde y Encarnación Silva, las hermanas estanqueras, un crimen que conmocionó a la ciudad y que aún sigue envuelto en el misterio.
En un caluroso julio de 1952, la apacible ciudad de Sevilla se vio sacudida por un crimen atroz. El 11 de ese mes, Matilde Silva Moreno y su hermana Encarnación, conocidas como «las estanqueras», fueron brutalmente asesinadas en su estanco ubicado en la calle San Vicente, número 24. Un hecho que conmocionó a la población y que, a día de hoy, sigue sin esclarecerse por completo.
Un crimen despiadado que conmocionó a Sevilla
Todo comenzó como un día cualquiera en el estanco de las hermanas Silva. Matilde, de avanzada edad, atendía a sus clientes con la amabilidad que la caracterizaba. Sin embargo, la rutina se vio abruptamente interrumpida por la entrada de tres individuos con oscuras intenciones.
Al parecer, los asaltantes intentaron robar el dinero de la caja registradora. Matilde, al ver peligrar sus pertenencias, comenzó a gritar pidiendo auxilio. Este acto de valentía le costó la vida, ya que uno de los agresores, identificado como Juan Vázquez Pérez, la apuñaló sin piedad hasta en trece ocasiones.
Al escuchar los gritos de su hermana, Encarnación salió de la trastienda para ver qué ocurría. Lamentablemente, también corrió la misma suerte que Matilde. Juan Vázquez Pérez, en un ataque de furia, la apuñaló dieciséis veces, acabando con su vida en el acto.
Un caso sin resolver y un clamor por justicia
Los cuerpos sin vida de las hermanas Silva fueron encontrados al día siguiente por su sobrino, quien acudió al estanco al no tener noticias de sus tías. La noticia del crimen se extendió rápidamente por Sevilla, sembrando el terror y la consternación entre la población.
La brutalidad del asesinato y la estima que el pueblo sevillano tenía por las víctimas provocaron una gran conmoción social. Las autoridades se vieron presionadas para resolver el caso con celeridad y llevar a los culpables ante la justicia.
Investigación y juicio: Un proceso marcado por las irregularidades
La investigación policial se centró enseguida en Juan Vázquez Pérez, principal sospechoso del crimen. A pesar de las coartadas que este presentó, las pruebas y los testimonios recabados lo incriminaban directamente.
Sin embargo, el proceso judicial estuvo plagado de irregularidades y presiones. Vázquez Pérez, con un amplio historial delictivo, fue condenado a muerte junto a otros dos acusados, Francisco Leal García y Manuel Fernández Garrido, quienes supuestamente actuaron como cómplices.
En 1956, los tres condenados fueron ejecutados en el garrote vil en la prisión de Sevilla. A pesar de que la sentencia se dictó y se llevó a cabo, muchas dudas quedaron sin resolver en torno al crimen. La falta de un móvil claro, las inconsistencias en la investigación y las sospechas de que otros implicados podrían haber quedado libres, alimentaron las teorías conspirativas y la sensación de que no se había hecho justicia del todo.
72 años después, el Crimen de las Estanqueras sigue presente en la memoria
El Crimen de las Estanqueras sigue siendo uno de los sucesos más impactantes y enigmáticos de la historia negra de Sevilla. Un caso que, a pesar de las décadas transcurridas, sigue presente en la memoria colectiva y que sirve como recordatorio de la lucha por la justicia y la necesidad de esclarecer la verdad, incluso cuando el tiempo ha pasado.
A día de hoy, el Crimen de las Estanqueras sigue siendo un símbolo de la lucha por la justicia y la verdad. Las familias de las víctimas aún claman por el esclarecimiento completo de los hechos y por que se arroje luz sobre las zonas oscuras que aún rodean este caso.
El recuerdo de Matilde y Encarnación Silva, dos mujeres trabajadoras y queridas por su comunidad, sigue vivo en la memoria de Sevilla. Su historia nos recuerda la importancia de defender los valores de la justicia, la verdad y la lucha contra la impunidad.
El Crimen de las Estanqueras y sus interrogantes
Sevilla era un hervidero de rumores y conjeturas tras el brutal asesinato de Matilde y Encarnación Silva, conocidas como «las estanqueras». La ciudad buscaba respuestas con desesperación y ansiaba justicia por el crimen que la había conmocionado.
Un soplo que parecía prometedor llegó a la policía: tres hombres con un pasado marcado por pequeños hurtos y fallidos intentos de unirse a la Legión eran señalados como los posibles autores. Francisco Castro Bueno, apodado «el tarta», Juan Vázquez Pérez y Antonio Pérez Gómez se convirtieron en los principales sospechosos.
Apenas dos semanas después del crimen, el 26 de julio de 1952, los tres hombres fueron detenidos y sometidos a intensos interrogatorios. Juan Vázquez Pérez confesó ser el responsable de los asesinatos, pero las pruebas en su contra eran escasas. Los tres acusados tenían coartadas para el día del crimen y negaban cualquier implicación.
A pesar de la falta de pruebas contundentes, la presión social y el clamor popular por justicia llevaron a que los acusados fueran llevados a juicio. Se les acusó de robo con homicidio y, tras un proceso judicial marcado por las irregularidades, fueron declarados culpables y condenados a pena de muerte.
La sentencia fue apelada, pero el Tribunal Supremo la confirmó. En 1956, Francisco Castro Bueno, Juan Vázquez Pérez y Antonio Pérez Gómez fueron ejecutados en el garrote vil, un instrumento de tortura y muerte que causaba la muerte por aplastamiento del bulbo raquídeo o rotura de la médula cervical.
Sin embargo, las dudas sobre su culpabilidad persistieron. Uno de los condenados juró hasta el final su inocencia, y en los rumores de la ciudad incluso se llegó a sospechar del sobrino de las víctimas. La sombra de la duda sobre la verdadera justicia del caso nunca se disipó.
El Crimen de las Estanqueras sigue siendo un capítulo oscuro en la historia de Sevilla. Un caso plagado de interrogantes, donde la presión social y la búsqueda de un culpable rápido pudieron haber llevado a una grave injusticia. Un recordatorio de la importancia de un sistema judicial justo y transparente, donde la verdad y las pruebas sean la base para determinar la culpabilidad o inocencia de los acusados.
Este caso también nos recuerda la crueldad de la pena de muerte, una práctica que afortunadamente fue abolida en España en 1978.