La Feria de Abril de Sevilla tiene sus raíces en una necesidad mucho más pragmática: evitar el desplazamiento de los agricultores sevillanos a las ferias de ganado de las localidades vecinas. Esta es la historia de cómo una iniciativa práctica se transformó en una de las celebraciones más emblemáticas de España.
En el siglo XIX, Sevilla aún no contaba con una feria propia, a pesar de ser una ciudad creciente rodeada de núcleos como Mairena del Alcor o Carmona, que sí albergaban importantes ferias ganaderas. Fue entonces cuando dos visionarios, Narciso Bonaplata, de origen catalán, y José María Ibarra, primer conde de Ibarra, propusieron al Cabildo Municipal la creación de una feria ganadera en la ciudad.
La propuesta fue respaldada por el entonces alcalde, el marqués de Montelirio, y enviada a Madrid. Gracias a la mediación del diputado Fermín de la Puente y Apechea, la reina Isabel II firmó su aprobación en marzo de 1847, no sin cierta oposición por parte de diputados como Iribarren y otras localidades preocupadas por perder protagonismo.
La primera Feria
El primer evento tuvo lugar los días 19, 20 y 21 de abril de ese mismo año. El éxito fue inmediato: los ganaderos levantaron toldos de lona para protegerse del sol, estructuras improvisadas que más tarde evolucionarían en las icónicas “casetas” del Real de la Feria. La feria no solo cumplió su función comercial, sino que rápidamente atrajo a la aristocracia sevillana, que acudía en sus carruajes a disfrutar del ambiente festivo.
La edición inaugural recaudó unos 400.000 duros, una cifra impresionante para la época y prueba del impacto de la feria. Lo que comenzó como un mercado se convirtió poco a poco en un punto de encuentro para el ocio, la cultura y la convivencia ciudadana.
Cambio de emplazamiento de la Feria
El año 1950 marcó una transformación definitiva: el componente ganadero fue separado de la feria, que se consolidó como un evento dedicado al disfrute, la música, el baile y el reencuentro social. Aun así, la historia de la Feria no ha estado exenta de tragedias.
El 21 de abril de 1964, un incendio devastador arrasó con 64 casetas del Real de la Feria. A pesar del pánico, la tragedia humana fue limitada: un fallecido y varios heridos. La solidaridad de los sevillanos se manifestó una vez más, al compartir espacio y hospitalidad con quienes lo habían perdido todo en aquella ciudad efímera levantada cada primavera.
Hoy, la Feria de Abril sigue siendo una de las grandes joyas culturales de Andalucía, herencia viva de aquella visión compartida por Bonaplata e Ibarra. Más que una fiesta, es un testimonio de identidad, comunidad y memoria histórica que cada año vuelve a florecer en el corazón de Sevilla.