Dos horas antes de que se produjera el apagón masivo que el pasado lunes dejó sin suministro eléctrico a gran parte de la Península Ibérica, la red eléctrica ya presentaba signos de inestabilidad severa. Así lo advierte un informe técnico elaborado por la empresa sevillana de asesoría energética Ges&Cip, que achaca el colapso no a un fallo puntual, sino a una debilidad estructural del sistema eléctrico ante la alta penetración de energías renovables sin respaldo de generación firme con inercia.
La empresa Red Eléctrica, responsable de operar y garantizar la estabilidad del sistema, aún no ha ofrecido una explicación detallada de lo sucedido. Sin embargo, Ges&Cip, con sede en Écija, ha trasladado a sus clientes un informe preliminar en el que se apuntan indicios claros de oscilaciones incontroladas en la red desde las 10:30 de la mañana del lunes. Estas variaciones de tensión y potencia no pudieron ser compensadas por falta de generación síncrona, lo que desencadenó una caída en cascada del sistema.
Una red sin masa síncrona, al borde del colapso
El informe hace hincapié en un concepto técnico crucial para entender el colapso: la masa síncrona. Se trata de la inercia que proporcionan las grandes turbinas giratorias de las centrales nucleares, de gas o hidroeléctricas, capaces de estabilizar la frecuencia de la red (50 Hz en Europa) frente a alteraciones súbitas. Sin embargo, el lunes, esa capacidad de amortiguación era casi inexistente.
Según datos de la propia Red Eléctrica, de los 26 gigavatios programados para cubrir la demanda, solo cinco procedían de fuentes con masa síncrona. El resto, un abrumador 80%, provenía de generación renovable —especialmente solar y eólica— conectada a la red a través de inversores electrónicos, sin capacidad de respuesta inercial.
“La red ya mostraba inestabilidad a las 10:30, con oscilaciones claras. A las 12:30, se repitieron con mayor intensidad. El sistema no tenía cómo responder”, señala Francis Fuentes, ingeniero técnico autor del informe. Los inversores solares, incapaces de estabilizar la frecuencia, comenzaron a desconectarse automáticamente por autoprotección. El resultado fue un vacío de generación repentino que arrastró al sistema eléctrico de España, Portugal y zonas del suroeste de Francia.
El precio de no adaptar la red
La causa no fue un ciberataque ni un fallo puntual en una central, sostiene el informe, sino la vulnerabilidad de un sistema diseñado para otra era energética. “No es culpa de las renovables en sí, sino del retraso en adaptar la infraestructura a una producción sin respaldo de masa giratoria”, apunta Fuentes.
De hecho, el informe advierte que se alcanzaron valores extremos de frecuencia y tensión —50,2 Hz y 470.000 voltios— que superaban los umbrales operativos del sistema. En ausencia de energía firme, estas desviaciones no pudieron corregirse, lo que precipitó el apagón.
¿Qué se necesita para evitar otro colapso?
Ges&Cip subraya que el episodio del lunes debe servir como advertencia. Para evitar que se repita, propone una serie de medidas técnicas: incluir reservas de inercia sintética mediante compensadores síncronos o inversores avanzados, desplegar baterías de gran capacidad y garantizar la disponibilidad de generación convencional flexible capaz de activarse en minutos.
“Sin estas herramientas, cualquier perturbación —ya sea por meteorología, comportamiento del consumo o errores técnicos— puede desencadenar un colapso total del sistema”, concluye el documento. La clave no está en renunciar a las energías limpias, sino en dotar al sistema de los mecanismos necesarios para integrarlas con seguridad.
El apagón ha dejado a la vista una realidad incómoda: el sistema eléctrico español, altamente renovable, necesita urgentemente una actualización estructural para poder ser también estable.