En el barrio de La Macarena, cerca de San Gil, en pleno casco antiguo de Sevilla, se erige majestuosa la Casa-Palacio de los Pumarejo, un auténtico tesoro arquitectónico que nos transporta a la Sevilla del siglo XVIII. Ubicada en el número 3 de la plaza que lleva su nombre, esta emblemática construcción fue la residencia del influyente conde Pedro Pumarejo, un prominente miembro del Cabildo de Sevilla.
Con una superficie de casi 1.900 metros cuadrados, este palacio se alza como un testimonio de la opulencia y el poder de la aristocracia sevillana de la época. Su construcción, iniciada en el último tercio del siglo XVIII sobre los restos de una antigua casa vecinal, fue un proyecto ambicioso que transformó por completo el entorno. Pedro Pumarejo, un próspero comerciante con las Indias, ordenó la demolición de más de 70 casas circundantes para crear una plaza que realzara la belleza y accesibilidad de su nueva residencia.
La historia de la Casa-Palacio de los Pumarejo es tan rica y variada como su arquitectura. Tras la muerte de su primer propietario, el edificio pasó a manos del Ayuntamiento y experimentó diversos usos a lo largo de los siglos. En el siglo XIX, se convirtió en el Colegio de los Niños Toribios, una institución educativa que acogió a numerosos jóvenes sevillanos. Sin embargo, fue a partir de 1883 cuando el palacio adquirió su carácter más popular, transformándose en una casa de vecinos que albergó a decenas de familias.
A pesar de las reformas y adaptaciones sufridas a lo largo de los años, la estructura original del edificio se ha mantenido sorprendentemente bien conservada. Sus dos plantas, organizadas en torno a dos patios porticados, nos hablan de un estilo de vida aristocrático y de la importancia que se otorgaba a los espacios abiertos y a la luz natural.
En la actualidad, la Casa-Palacio de los Pumarejo es mucho más que un simple edificio histórico. Reconocida como Bien de Interés Cultural, este inmueble se ha convertido en un centro neurálgico de la vida vecinal y en un espacio donde se promueven diversas actividades culturales y sociales. Su historia, marcada por la adaptación, es un ejemplo de cómo un edificio puede evolucionar con el tiempo sin perder su esencia.
La Casa-Palacio de los Pumarejo
Su estructura, organizada en torno a dos patios porticados, revela una cuidadosa planificación y una clara jerarquización de los espacios.
El patio principal, corazón palpitante del palacio, es una oda a la elegancia y al refinamiento. Su zócalo de azulejos, una obra maestra de la cerámica, contrasta con la nobleza de las columnas de caoba de Cuba, que sostienen una galería porticada. La decoración mudéjar, presente en cada rincón, confiere al espacio un aire de misterio y sofisticación, transportándonos a una época en la que la artesanía y el arte se entrelazaban de manera sublime. Los motivos geométricos, los yeserías y los azulejos policromados conforman un conjunto ornamental de una riqueza y complejidad extraordinarias.
En contraste con el patio principal, el patio de servicio presenta una configuración más sencilla y funcional. A lo largo de los años, este espacio ha sido objeto de diversas modificaciones que han alterado su estructura original. Sin embargo, aún conserva vestigios de su pasado, como algunos elementos decorativos y arquitectónicos que nos permiten imaginar su aspecto original.
La fachada principal, con su portada adornada con un arco rebajado y molduras mixtilíneas, es una muestra del eclecticismo arquitectónico del siglo XVIII. Las semicolumnas adosadas aportan verticalidad y elegancia al conjunto. Lamentablemente, el resto de la fachada ha sufrido numerosas transformaciones a lo largo de los siglos, lo que ha alterado su aspecto original.
Uno de los elementos más singulares del exterior es el balcón en ángulo situado en la esquina de la calle fray Diego de Cádiz. Este balcón, adornado con el escudo de la familia Pumarejo, es un testimonio del poder y prestigio de sus antiguos propietarios.