El histórico y emblemático barrio de Santa Cruz en Sevilla se encuentra inmerso en una profunda crisis. La Asociación de Vecinos “Amigos del Barrio de Santa Cruz” ha lanzado un contundente aviso sobre lo que califican como una “contaminación acústica insoportable y generalizada”, cuyo origen identifican en el auge descontrolado del turismo. Ante la falta de soluciones efectivas, la entidad no descarta iniciar acciones legales colectivas e incluso organizar protestas vecinales.
La alarma social ha alcanzado su punto álgido tras un episodio ocurrido el pasado domingo, cuando un grupo de turistas protagonizó un acto vandálico en la fuente de la Plaza de la Alianza, donde bailaron durante horas en su interior. Este incidente ha sido la gota que ha colmado el vaso para los residentes, que ya en marzo decidieron constituir una “Comisión de Ruido” con el objetivo de presionar al Ayuntamiento de Sevilla para que actúe de forma efectiva.
Reuniones sin resultado y un barrio, de Santa Cruz, que no duerme
A pesar de múltiples encuentros con el Consistorio, en los que han participado representantes del distrito Casco Antiguo, así como de las áreas de Turismo, Urbanismo, Movilidad, la empresa de limpieza Lipasam y la Policía Local, los vecinos aseguran que no ha habido mejora alguna. “El cumplimiento de las ordenanzas sigue siendo inexistente”, afirma María José del Rey, presidenta de la asociación.
Entre las principales fuentes de ruido que denuncian los residentes se encuentran:
La recogida de vidrio por parte de una empresa contratada por Lipasam entre las 7:00 y las 10:00, con volcado masivo de contenedores en calles estrechas que supera los límites sonoros permitidos.
El tránsito de contenedores y carros metálicos para labores de carga y descarga en negocios de hostelería, que provocan un ruido constante y estridente sobre el empedrado.
Actividades turísticas sin control como gymkhanas, operadas por guías no autorizados y sin sistemas de audio discretos.
Veladores ilegales, que sobrepasan ampliamente los límites de las licencias y atraen músicos callejeros y artistas de todo tipo, muchos de ellos con amplificadores.
Espectáculos callejeros ininterrumpidos, que comienzan al mediodía y se extienden hasta la madrugada en zonas consideradas ya acústicamente saturadas.
Plaza de la Alianza, el epicentro del conflicto
Una de las zonas más afectadas es la Plaza de la Alianza, donde los vecinos afirman que el descanso es ya un lujo inalcanzable. Las quejas se centran en el incumplimiento diario de las normativas sobre ruido y ocupación del espacio público, sin que haya presencia efectiva de la Policía Local. La situación, denuncian, está derivando en serios problemas de salud para muchos residentes.
“Las quejas se acumulan, pero no obtenemos respuesta. El camión de vidrio comienza a operar a las 7:30, y a partir de ahí, no hay un solo momento de silencio”, explica un vecino. A ello se suma la proliferación de terrazas ilegales: “Dos bares tienen licencia para cuatro mesas, pero uno llega a colocar hasta 28, incluso junto a la muralla del Alcázar, Patrimonio de la Humanidad”.
El Ayuntamiento, denuncian, ha colocado señales que advierten de las restricciones acústicas, pero no hay quien las haga cumplir. Las llamadas a la policía, aseguran, quedan sin respuesta por «saturación de avisos».
Más allá del ruido en Santa Cruz
Además del estruendo constante, los residentes lamentan una transformación profunda del barrio: “Ya no somos un barrio, somos un decorado turístico”. Bares, tiendas de souvenirs, hoteles y apartamentos turísticos han ido sustituyendo a la vida vecinal, generando una pérdida progresiva de identidad y aumentando la presión sobre los servicios urbanos.
En paralelo, vecinos de la calle Mateos Gago y otras vías cercanas han decidido registrar un escrito ante el distrito Casco Antiguo y la Gerencia de Urbanismo. Exigen un aumento de los controles policiales para asegurar el cumplimiento de licencias, el respeto al horario de carga y descarga y el derecho básico al descanso nocturno.
Desde la Asociación de Vecinos se insiste en que la solución no pasa necesariamente por nuevas normativas, sino por aplicar las ya existentes. “No pedimos milagros, solo que se haga cumplir lo que está aprobado. Que haya vigilancia, control y sanción”, subraya María José del Rey.
El barrio de Santa Cruz se enfrenta así a un dilema cada vez más habitual en las grandes ciudades, cómo equilibrar el atractivo turístico con la calidad de vida de sus habitantes. Por ahora, los vecinos están dispuestos a alzar la voz y a tomar las calles si es necesario.