La frágil tregua que se había instaurado en las Tres Mil Viviendas tras el violento tiroteo del pasado domingo se rompió abruptamente ayer por la tarde, cuando nuevos disparos alarmaron a los vecinos. La calle Padre José Sebastián Bandarán se convirtió nuevamente en escenario de un enfrentamiento armado, obligando a desplegar un amplio dispositivo policial.
A pesar del intenso operativo, los agentes no lograron localizar a los responsables de los disparos y la zona quedó sumida en un inquietante silencio. A diferencia de los hechos ocurridos el fin de semana, donde el motivo principal fue una disputa por el control del lucrativo negocio de la marihuana, las causas del nuevo tiroteo aún no han sido esclarecidas.
Caracoleños y Naranjeros
Sin embargo, las investigaciones preliminares apuntan a una nueva escalada de violencia entre dos de los clanes más peligrosos del Polígono Sur: los Caracoleños y los Naranjeros. Ambos grupos han protagonizado numerosos enfrentamientos en los últimos años, generando un clima de inseguridad y temor entre los vecinos.
Los Caracoleños, conocidos por su historial violento y su control sobre una de las zonas más conflictivas del barrio, han sido señalados como los principales responsables de la reciente oleada de violencia. Vecinos de la zona han denunciado amenazas y coacciones por parte de este grupo, lo que ha generado un clima de miedo y desconfianza.
La situación en el Polígono Sur es cada vez más compleja y requiere una respuesta contundente por parte de las autoridades. La proliferación de armas de fuego, el aumento de los enfrentamientos entre bandas criminales y la sensación de impunidad están socavando la convivencia pacífica.
Un círculo vicioso de violencia y deterioro
La escalada de violencia en el Polígono Sur se encuentra íntimamente ligada a la proliferación de plantaciones de marihuana en el barrio. Estas actividades ilícitas no solo generan un constante riesgo de incendios y cortes de electricidad debido a los enganches ilegales, sino que también alimentan una feroz competencia entre los distintos clanes que buscan controlar el lucrativo negocio del cultivo y la venta de esta sustancia.
La situación se ha vuelto insostenible, llevando al comisionado para el Polígono Sur, Jaime Bretón, a exigir medidas más contundentes por parte de las autoridades. Bretón ha denunciado en repetidas ocasiones la necesidad de realizar «controles aleatorios» en viviendas y vehículos vinculados a los grupos criminales, con el objetivo de desarticular sus redes y recuperar el control del territorio.
La presencia de estas organizaciones delictivas ha generado un clima de miedo y desconfianza entre los vecinos, quienes se ven obligados a convivir con el ruido de los disparos, las amenazas y la constante sensación de inseguridad. Además, la actividad narcotraficante ha contribuido al deterioro de la calidad de vida en el barrio, con un aumento de los actos vandálicos, la proliferación de basureros ilegales y la degradación del espacio público.
Es evidente que la problemática del Polígono Sur requiere una respuesta que aborde tanto las causas como las consecuencias de la violencia. Además de reforzar la presencia policial y llevar a cabo operaciones contra el narcotráfico, es necesario invertir en programas de prevención y reinserción social, así como en proyectos de regeneración urbana que permitan mejorar las condiciones de vida de los residentes y fomentar la cohesión social.