La Procesión del Jubileo en Roma, un éxito mediático entre la frialdad vaticana y un gasto de más de 2,5 millones de euros

Canal Sur emitió el evento con una cobertura audiovisual de primer nivel, que permitió su difusión global.

Actualizado:
El Cristo del Cachorro con la cúpula del Vaticano de Roma al fondo y el sello del Jubileo 2025 a la derecha.
El Cachorro fue una de las imágenes destacadas del Jubileo de Roma.

El pasado sábado, la ciudad de Roma acogió una solemne procesión protagonizada por dos de las imágenes más representativas de la religiosidad andaluza: el Cristo del Cachorro (Sevilla) y la Virgen de la Esperanza (Málaga). Se trataba de un ambicioso reto promovido en el marco del Año Jubilar por la Santa Sede, y fuertemente respaldado por las instituciones andaluzas. Sin embargo, lo que debía ser un escaparate internacional para la Semana Santa andaluza ha terminado por abrir un debate necesario: ¿justifican los más de 2,5 millones de euros invertidos —en su mayoría dinero público— el limitado alcance espiritual, social e institucional del evento?

Un despliegue sin respuesta popular

La procesión fue cuidadosamente planificada, con una organización que movilizó importantes recursos humanos y logísticos: desde el traslado de las imágenes y sus estructuras hasta la instalación de una carpa especial en Roma. Canal Sur emitió el evento con una cobertura audiovisual de primer nivel, que permitió su difusión global.

Pese a ese esfuerzo, el contraste entre las expectativas generadas y la respuesta del público romano fue evidente. A lo largo del recorrido, muchos tramos se mostraron prácticamente vacíos, y el ambiente general osciló entre la indiferencia y la curiosidad lejana. El interés local fue mínimo. La ciudad eterna, acostumbrada a procesiones y celebraciones religiosas de gran calado, no pareció conmoverse especialmente con este despliegue importado desde el sur de España.

Un gesto ausente desde el Vaticano

Más llamativo aún fue el escaso respaldo institucional por parte del Vaticano. Ni el nuevo Papa León XIV, ni ninguna figura destacada del Colegio Cardenalicio —presente al completo en Roma debido a la misa de inicio de pontificado celebrada al día siguiente— hicieron acto de presencia durante la procesión. Ni un saludo, ni un gesto, ni una mención oficial. Un silencio que ha sido interpretado por muchos como un gesto de desdén o, en el mejor de los casos, de desconexión con el evento. Que León XIV no descendiera siquiera a ver las imágenes expuestas durante días en una capilla de San Pedro refuerza esa percepción de frialdad institucional.

En contraste con la visita del Papa Juan Pablo II a la Virgen del Mayor Dolor de Granada en el año 2000, este episodio parece demostrar que la proyección internacional de las tradiciones andaluzas no cuenta con el mismo interés o respaldo en la actualidad, al menos dentro de los muros vaticanos.

Una inversión pública bajo la lupa

Del total del presupuesto, el 80% fue financiado con dinero público, procedente de la Junta de Andalucía, ayuntamientos, diputaciones y fundaciones vinculadas al sistema institucional andaluz. Sólo el traslado de las imágenes, el paso y el trono supuso un gasto de más de 800.000 euros. La instalación de la carpa donde se organizaron los preparativos superó los 590.000 euros. Cifras que, en un contexto de contención presupuestaria, no pueden pasar inadvertidas ni darse por amortizadas sin un análisis riguroso de su retorno tangible e intangible.

La Junta ha defendido el proyecto como una herramienta de promoción del turismo religioso y ha destacado su potencial para proyectar la identidad cultural andaluza en mercados internacionales. No obstante, la rentabilidad simbólica del evento ha sido baja: sin presencia masiva de público, sin cobertura significativa en medios italianos y sin ningún gesto desde la Santa Sede, el impacto queda reducido casi exclusivamente a la retransmisión televisiva y a la percepción doméstica andaluza de haber cumplido una meta ambiciosa.

Una lección de alcance limitado

Lo ocurrido en Roma deja varias conclusiones. La primera, que no todo lo que brilla bajo los focos tiene un eco real más allá de la emisión en pantalla. La segunda, que la internacionalización de las tradiciones populares requiere algo más que presupuesto: exige sensibilidad cultural, planificación diplomática y verdadero interés mutuo. La tercera, que el uso de fondos públicos para este tipo de iniciativas debe someterse a criterios más rigurosos de evaluación de impacto, especialmente cuando los resultados quedan tan lejos de las expectativas planteadas.

A fin de cuentas, Roma ha enseñado una lección difícil de ignorar: el fervor no se puede exportar con éxito cuando no existe una demanda real en el lugar de destino. La religiosidad andaluza tiene fuerza en su contexto, pero su traslado simbólico a otros escenarios debe hacerse con más reflexión y menos triunfalismo.