
La Esperanza de Triana emociona a Sevilla, así fue su recorrido más luminoso hasta el Polígono Sur
La Esperanza de Triana recorre Sevilla, un viaje de luz, fe y memoria histórica cofrade

La Esperanza de Triana volvió a salir a las calles de Sevilla y, como cada vez que su palio asoma entre la multitud, la ciudad se detuvo.
Desde las primeras horas de la mañana, cuando el río aún se desperezaba en el reflejo de la bruma, la Virgen emprendió un recorrido que trascendió todo lo devocional para convertirse en un encuentro de identidades, de memorias compartidas y de esperanza viva.
El barrio de Triana, epicentro sentimental de la jornada, volvió a ser faro y puerto. La Virgen, envuelta en la luz naciente de Pureza, cruzó el puente con la solemnidad que solo ella sabe imponer al aire. En su itinerario, los aplausos y los pétalos se convirtieron en un lenguaje común, en un hilo emocionante e invisible que unió a quienes aguardaban en las aceras, en los balcones y en los corazones.
El cortejo avanzó con paso firme hacia el sur, adentrándose en territorios donde el fervor se mezcla con la vida cotidiana. En cada esquina, un recuerdo. En cada ventana, una historia. La Esperanza pasó por la iglesia de Santa Genoveva, donde los fieles la recibieron con mil lágrimas y cantos. Allí, el silencio se rompió con una ovación que resumía el sentir de toda una ciudad.
No fue solo una procesión, se trataba de un reencuentro con las raíces más profundas de Sevilla. La Virgen de Triana, que ha iluminado generaciones desde su capilla en Pureza, llevó su mensaje a barrios que, por unas horas, se sintieron centro y no periferia.
En el Polígono Sur, el recibimiento fue un estallido de sentimientos, emoción y color. Las calles se llenaron de vítores, de flores, de promesas cumplidas. “Aquí está la Esperanza”, se leía en una pancarta improvisada, y aquella frase bastaba para resumirlo todo.
Emoción en el Polígono Sur con la Esperanza
El paso de la Virgen también dejó tras de sí una galería de rostros anónimos. El hombre que volvió al barrio para entregar un ramo a la imagen que lo acompañó en la infancia. La anciana que aún canta las coplillas que aprendió en los patios de Alfarería. La madre que alzó a su hijo sobre los hombros para que pudiera verla. En cada mirada, una chispa de fe. En cada gesto, la certeza de que la Esperanza de Triana no pertenece a un solo lugar, sino a todos los que la sienten.
El padre Cué la llamó “hermanita menor” de la calle Pureza, y en la Plaza de Cuba un monolito recuerda desde ahora esa relación inseparable entre la devoción y la ciudad. Las flores que la acompañaron, en mil tonos, simbolizaban esa Sevilla plural que la Virgen recorrió sin distinciones.
El encuentro simbólico entre la Esperanza y el Cautivo volvió a emocionar. Dos imágenes que, más allá del arte o la tradición, la representación los extremos del alma sevillana: la resignación y la confianza, la entrega y la fe. Frente a frente, en un diálogo silencioso, los dos faros de la devoción popular se reflejaron mutuamente en una escena que quedará grabada en la memoria colectiva.
Pasadas las cinco de la tarde, la maniobra final marcó el cierre de una jornada inolvidable. La retirada de la corona, gesto logístico y simbólico, fue recibida con una ovación atronadora.
No era solo el final de un recorrido, sino la culminación de un acto de comunión ciudadana. Desde Pureza hasta el Polígono Sur, la Virgen había tejido una red de fe y emoción que desbordó los límites del mapa.
“La Esperanza no es lo mismo que el optimismo. La Esperanza es la certeza de que algo tiene sentido”, se leía en una reja del barrio de La Oliva. Aquella frase pareció cobrar fuerza y vida a medida que el paso se alejaba entre aplausos.