
Horno de las Brujas: la sorprendente historia detrás de la calle Argote de Molina que pocos conocen
La calle del «Horno de las Brujas» se mezcla entre la historia y la leyenda de Sevilla

Perderse por las calles del casco antiguo de Sevilla es adentrarse en siglos de Historia de la ciudad. Entre ellas, destaca la actual calle Argote de Molina, más conocida entre los vecinos como la «Cuesta del Bacalao».
Este punto enlaza la zona de Manuel Rojas Marcos con la calle Conteros, muy cerca de la Catedral, aunque no siempre tuvo esta denominación.
A lo largo de su recorrido ha acumulado distintos nombres, memorias urbanas y también una leyenda que aún hoy sigue alimentando la leyenda con el nombre del llamado "Horno de las Brujas".
El trazado de la actual Argote de Molina se sitúa en una de las zonas más antiguas y elevadas de la ciudad, lo que explica su importancia histórica.
Desde el siglo XIV, el tramo que se encontraba entre Manuel Rojas Marcos y la calle Estrella fue conocido como calle de los Marmolejos, en referencia a la noble familia que allí tuvo su residencia.
Más abajo, en dirección a la Catedral, se encontraba la calle de los Castellanos, llamada así desde 1502, siguiendo la costumbre de asignar a cada comunidad extranjera una vía, como sucedió con los italianos en la cercana Placentines.
En 1631, ese mismo tramo comenzó a llamarse "Horno del Águila", y más tarde sería conocido como Horno de las Brujas.
Durante el siglo XIX, la calle experimentó numerosos cambios puesto que en el año 1839, su parte final recibió el nombre de Ciprés; en el año 1862 se rotuló oficialmente como Argote de Molina, en honor al militar así como genealogista sevillano Gonzalo Argote de Molina; y en el año 1868 se unificaron todos los tramos bajo la denominación que permanece hasta hoy.
El origen de un horno singular como el "Horno de las Brujas"
El nombre más enigmático, sin duda, fue el de "Horno de las Brujas" ya que la tradición y leyenda cuenta que en una estrecha barreduela próxima a la calle se levantaba un horno regentado por dos hermanas oriundas de la ciudad flamenca de Brujas, que en aquella época formaba parte del Imperio español de Carlos I.
Estas mujeres elaboraban tortas y bizcochos con recetas de su tierra, alcanzando gran fama en la Sevilla del momento. Incluso se les otorgó un título honorífico relacionado al oficio de panadería, lo que refleja su prestigio.
Con el paso del tiempo, el recuerdo de estas mujeres flamencas se transformó en relato popular, y la palabra "Brujas" dejó de asociarse a su origen para convertirse en el centro de una leyenda inquietante.
El horno pasó a ser imaginado como un lugar oscuro donde se realizaban todo tipo de aquelarres y se sacrificaban niños, en un ejemplo claro de cómo la tradición oral deformaba los hechos hasta crear un mito.
La leyenda tomó fuerza gracias a episodios como el atribuido a San Diego de Alcalá, que era un fraile franciscano nacido en San Nicolás del Puerto, quien a comienzos del siglo XV habría salvado a un niño de morir en las llamas del horno.
El suceso, considerado milagroso, se vinculó a la intercesión de la Virgen de la Antigua de la Catedral. La historia continuaba asegurando que la madre del niño, señalada de brujería, cambió radicalmente de vida, pasando a ser una fervorosa devota de la Virgen.
Estos relatos de misterio convivían con la realidad material del subsuelo sevillano. En el año 1975, el diario ABC recogía el hallazgo de una red de galerías subterráneas en la calle Abades, cercana a Argote de Molina, que habían pertenecido a unas antiguas termas romanas.
Décadas antes, en el año 1913, Elena María Whishaw —que era conocida como “La Inglesita de Niebla”— había elaborado planos de esos pasadizos, convencida de que correspondían a un templo solar de Tartessos.
Hoy, quienes recorren la Cuesta del Bacalao difícilmente notan el peso de las historias que allí hubo. Sin embargo, bajo sus piedras laten siglos de transformaciones urbanas, recuerdos de familias nobles, testimonios de la Sevilla medieval y ecos de leyendas que mezclan fe, misterio y tradición.
La calle Argote de Molina no es solo una calle de tránsito hacia la Catedral: es un lugar donde la ciudad guarda, en sus nombres y en su memoria, la compleja convivencia entre realidad y mito. Y el "Horno de las Brujas", lejos de ser solo un rumor, sigue siendo una de las leyendas más evocadoras de la capital hispalense.