En Sevilla, la Navidad llega con luces y bullicio, pero también con el eco silencioso de aquellos que viven al margen, en las calles, enfrentando frío, hambre y soledad. En la ciudad, unas 700 personas sin hogar luchan por sobrevivir cada día. Un problema que va más allá de la falta de un techo, reflejando la precariedad, las dificultades y, en muchos casos, el abandono social.
El Ayuntamiento de Sevilla cuenta con la Unidad Municipal de Emergencias Sociales y Exclusión (UMIES), formada por un equipo de 10 personas que recorren diariamente las calles de la ciudad para ofrecer ayuda a quienes la necesitan. «No podemos obligar a nadie a aceptar nuestra ayuda. Poco a poco, intentamos ganarnos su confianza», explica José Luis García, delegado de Barrios de Atención Preferente y Derechos Sociales.
Sin embargo, la saturación de los servicios, la convivencia difícil en los albergues y la falta de recursos personales son algunas de las razones por las cuales muchos rechazan la asistencia. Para quienes padecen patologías mentales o adicciones, la situación es aún más compleja. Aunque existen 400 plazas en centros de acogida y pisos tutelados, el número es insuficiente. El gobierno local planea ampliar la capacidad en 2024 con nuevos equipos y viviendas tuteladas, además de flexibilizar normas para permitir el acceso con animales de compañía, una barrera significativa para algunos.
Vidas en el margen
En un recorrido por la ciudad, encontramos historias que conmueven. En la céntrica calle Tetuán, una pareja joven pide ayuda cada día, rechazando el albergue por falta de intimidad y apoyo emocional. En la Plaza del Cristo de Burgos, Andrés, acompañado por su perrita «mi mujer», no concibe separarse de ella, lo que le impide aceptar la ayuda municipal. Juan, otro sintecho, prefiere el refugio improvisado de las Setas de la Encarnación, esperando una solución que nunca parece llegar.
La Navidad acentúa la fragilidad de estas vidas. En palabras de Andrés: “El frío no es solo el del cuerpo, sino el de saber que no tienes a nadie. Aquí mi perrita es mi familia”.
Un testimonio desde la calle
Tuve la oportunidad de hablar con Manuel, un hombre sin hogar que lleva más de cinco años viviendo en las calles de Sevilla. Manuel describe su día a día: «La vida en la calle es dura. No es solo el frío o el hambre; es la indiferencia de la gente lo que más pesa. Hay días en los que solo una mirada amable me hace seguir».
Manuel ha rechazado los albergues en más de una ocasión: «No es fácil vivir con tanta gente desconocida. Además, no puedo llevar a mi perro, y él es lo único que tengo». Su esperanza se centra en los programas de viviendas tuteladas, aunque admite que las listas de espera son largas y las opciones, pocas.
“En estas fechas, uno piensa más en lo que tuvo. Antes tenía trabajo, una familia… Ahora solo tengo recuerdos”, confiesa con los ojos vidriosos. Pero también deja un mensaje de esperanza: “No todo está perdido. Hay gente buena que te ayuda, que te escucha. Eso me da fuerzas”.
Hacia un futuro más digno
La respuesta institucional es limitada, pero la comunidad sevillana no permanece indiferente. Asociaciones como Cáritas, Cruz Roja y Médicos del Mundo, entre otras, trabajan incansablemente para paliar la situación. Desde comedores sociales hasta programas de rehabilitación, estas organizaciones se convierten en el último refugio para muchos.
El Ayuntamiento promete nuevos recursos para 2024 y 2025, incluidos dos centros adicionales con capacidad para 40 personas y un enfoque en la atención personalizada. “El objetivo es que estas personas puedan dar el salto a una vida independiente”, asegura José Luis García.
Mientras tanto, Sevilla sigue enfrentándose a la difícil realidad de sus calles. En cada esquina, una historia humana nos recuerda que nadie debería vivir sin un hogar, especialmente en estas fechas de unión y esperanza. Las luces navideñas iluminan la ciudad, pero también deberían encender la empatía y la acción colectiva para ser más justos.