Una carta al Rey Don Felipe VI resume la desesperación de varias familias sevillanas: «Majestad, moralmente tenemos derecho a nuestras viviendas y económicamente las tenemos más que pagadas. No permita que seamos despojados sin la mínima consideración». La firman Miguel Ángel y Vicente López, hermanos nacidos y criados en el bloque de viviendas del antiguo campo de tiro de la Pirotecnia, en la avenida Diego Martínez Barrio. En dos días, el 29 de abril, serán desahuciados de la casa donde sus padres echaron raíces hace más de siete décadas.
La historia de este edificio es también la de muchos de sus vecinos. Construido entre 1945 y 1950 por el Ministerio de Defensa para alojar a personal civil que trabajaba para el Ejército, el bloque se levantó en lo que entonces era campo abierto, al que se llegaba cruzando las vías del tren. No existía ni avenida ni barrio consolidado. A cambio de ocupar las viviendas, las familias pagaban un canon que, con el tiempo, se actualizó hasta los actuales 250 euros mensuales. Nunca obtuvieron un título de propiedad.
Ahora, en pleno auge del precio de la vivienda en Sevilla, estas casas se han convertido en un codiciado activo inmobiliario. Defensa ha vendido gran parte de su patrimonio en la ciudad, y este bloque no es la excepción. Primero ofrecieron a los inquilinos la compra por 150.000 euros, después por 90.000. Pero la operación chocó con una realidad implacable: la mayoría de los residentes originales, hoy octogenarios y pensionistas, no pudieron acceder a hipotecas ni préstamos.
Hablan los vecinos de Defensa
«No era gratis vivir aquí», recuerda Vicente, de 76 años, mientras sostiene en sus manos la carta enviada al Rey. «Mis padres vendieron su casa de Brenes para venir aquí y pagaron el canon toda su vida». Su padre murió a los 102 años, con el miedo persistente de ser expulsado de su hogar.
El drama no es solo de Vicente. También golpea a las hermanas Manuela y María Dolores Pérez, cuya madre, de 84 años, vive sumida en la angustia. Y a familias como las de Isabel Iriarte, Juan María del Valle, José Gómez, Manuel Rodríguez y Juan Antonio Osorno, que temen un futuro incierto.
El edificio es ahora una cápsula del tiempo: viviendas de 50 a 55 metros cuadrados, muchas con la antigua instalación eléctrica de 125 voltios. Pese a las carencias, para los vecinos son mucho más que paredes: son testigos de toda una vida. «Nosotros no compramos un piso, hicimos un hogar», dicen con resignación.
Y es que en un mercado inmobiliario desbocado, el terreno que antes era un olvidado campo de tiro es hoy una joya en la llamada «milla de oro» de Sevilla. El interés especulativo pesa más que la historia de quienes, durante generaciones, han llamado hogar a estas humildes viviendas.
¿Son justos estos desahucios?
Los desahucios son legales. Los juzgados han avalado los desalojos, y ya se han producido varios. No hay escapatoria jurídica. Pero el debate ético sigue en el aire: ¿es justo que ancianos y sus familias pierdan su hogar en la recta final de sus vidas?
En otros bloques similares se alcanzaron acuerdos para que los inquilinos adquirieran las viviendas por precios asequibles. Pero en este caso no ha habido margen de negociación. «¿Por qué aquí no?», se preguntan los vecinos.
Mientras esperan el desalojo, rememoran los viejos tiempos, cuando jugaban entre las vías del tren o recorrían a pie los terrenos pedregosos para llegar a casa. Recuerdan una Sevilla muy distinta, en la que los pisos no eran oro para los inversores, sino refugios para las familias.
Ahora, sienten que les arrebatan no solo una vivienda, sino su historia y parte importante de sus vidas.