En la autopista AP-4 que une Sevilla y Cádiz, se encuentra la gasolinera «El Fantasma», ubicada en el Cerro del Fantasma, perteneciente a Las Cabezas de San Juan (Sevilla). Su nombre despierta la curiosidad de los viajeros, dando lugar a diversas leyendas sobre la zona. Una curiosa historia que cuento en mi libro «Sevilla Terrorífica 2» (ed. Samarcanda).
La teoría más común asocia el nombre del cerro a la presencia de la gasolinera, pero su origen se remonta a una historia mucho más antigua.
Las Cabezas de San Juan, tierra de leyendas, cuenta con una narración popular que ha trascendido de generación en generación y que da nombre al cerro:
La casilla de los fantasmas
En el Cerro del Fantasma se encontraba una casilla habitada por una familia de camineros encargados de la vigilancia del campo. La tragedia llegó a este hogar cuando la familia comenzó a presenciar apariciones fantasmales de forma recurrente.
Cansado de estas apariciones, el guarda decidió poner fin a ellas. Una noche, al ver la figura fantasmal, disparó, logrando abatirla. Sin embargo, al acercarse para identificar al ser, descubrió una terrible verdad: la «fantasma» era su propia esposa, quien, envuelta en una sábana para evitar ser reconocida, iba a encontrarse con su amante.
Este trágico suceso marcó a la familia y a la zona, dando origen al nombre que perdura hasta nuestros días. La casilla quedó abandonada y el cerro se vio envuelto en un aura de misterio que ha inspirado diversas leyendas sobre fantasmas y apariciones.
¿Realidad o ficción?
La veracidad de la historia permanece en el terreno de la leyenda. Sin embargo, el Cerro del Fantasma, con su nombre evocador y su pasado envuelto en misterio, sigue cautivando la imaginación de quienes transitan por la AP-4, convirtiéndolo en un lugar singular en la ruta entre Sevilla y Cádiz.
En un pequeño pueblo, donde la realidad se mezclaba con la fantasía, las historias de fantasmas eran tan comunes como el pan de cada día.
El árbol de la mujer fantasma
Cuenta la leyenda que en el lugar donde una mujer encontró su trágico final, creció un árbol con la peculiaridad de tener «las hechuras de una mujer». Su silueta fantasmal atraía a visitantes de todas partes, hasta que la llegada del progreso obligó a su tala para la construcción de la carretera.
Disfrazarse de fantasma era una práctica habitual en el pueblo, un recurso para ocultar la identidad y vivir aventuras furtivas. Era común ver «fantasmas» merodeando por las calles, ya sea para evitar ser vistos con alguien en concreto o para realizar alguna travesura.
Para aquellos que descubrían estas apariciones, el entretenimiento estaba asegurado. Se divertían tratando de adivinar quién se escondía debajo de la sábana blanca, una especie de juego de detectives casero. Los únicos que realmente temían a estos fantasmas eran los niños, a quienes nadie se molestaba en explicar la naturaleza de estas bromas.
El fantasma celoso
Una madre, poco convencida del pretendiente de su hija, recurrió a este peculiar método para impedir el noviazgo. Disfrazada de fantasma, intentaba asustar al joven, sin tener en cuenta que su hija la reconocía perfectamente.
Las leyendas de fantasmas eran parte del folclore local, una mezcla de tradiciones, creencias populares y un toque de picardía. Los disfraces de fantasma se convertían en un elemento clave para vivir aventuras y ocultar secretos, creando una atmósfera de misterio y diversión que caracterizaba a este singular lugar.