Sevilla tiene muchas historias entre la leyenda y la realidad, una de ellas es la que gira en torno a la Feria y a un singular protagonista que viene del más allá para darse un último homenaje en lo que fue su caseta.
Corría la década de los 90 cuando un vigilante de seguridad, sudoroso, explicaba un suceso que no le había aterrorizado.
Cuando el «Real» duerme
Una noche, tras cerrar la caseta el vigilante se quedó en el módulo de las sillas y, sobre las tres y media de la mañana sintió un ruido en el interior.
Fue a ver y encontró, en la barra, en el segundo módulo de la misma, a un señor vestido de corto, de negro azabache, con aspecto de haber vivido intensamente la Feria, sombrero de ala ancha, camisa con chorreras y un clavel rojo sangre en la solapa.
El vigilante le espetó: «Pero hombre de Dios, ¿no tiene suficiente Feria como para estar aquí a las tantas bebiendo?» y el hombre, balanceándose sobre los talones le dijo: «Sepa usted que yo soy socio fundador de esta caseta y que tengo más derecho que nadie a estar aquí».
Fue tan contundente y tajante la respuesta que no se atrevió a decir nada más y regresó al primer módulo. Pasó media hora y el hombre no salía, entró y ya no había nadie, sólo un catavinos con media medida de vino fino, que era extraño pues lo que se bebe en Feria es manzanilla o rebujito.
Más visitas en noches sucesivas
La circunstancia no cambió y durante dos noches más recibió esa visita, él ya no le pedía explicaciones, bastante había tenido, pensó. Pero aprovechando que el jueves por la noche se reunían en la caseta los socios decidió preguntarle al presidente.
Le contó lo sucedido y este, lejos de tomarlo a broma se puso pálido y buscó una silla, se sentó y sacó la cartera. Le dijo al vigilante: «Esa persona, ¿está en esta foto?» y el chaval vio que, efectivamente, estaba el presidente, el vicepresidente y el señor de negro azabache.
Recuerdo de una visita invisible
«Si, este es, perdone, mi desconfianza, es que no se por donde entra y me tenía un poco enfadado». Entonces el presidente lo tomó del brazo y le dijo: «Es imposible, él murió una noche que regresaba de la Feria a su casa, lleva años muerto». Y el silencio y la tensión se podían cortar en ese momento.
«Esta noche me quedaré contigo, quiero verlo«. Y ambos hicieron «guardia» en aquel lugar.
Todo iba con calma, no se sintió ningún ruido y fue entonces cuando, sobre las cuatro y media se escuchó un golpe en el interior, acudieron raudos pero no estaba aquel socio del más allá aunque si una huella de su presencia: un catavino apurado y un clavel rojo sangre a su lado, había regresado, en silencio, para tomarse la última copa en la Feria.