Cuentan que la toma de Sevilla no resultó nada fácil para el rey San Fernando, la ciudad, bien defendida y amurallada resultaba un bastión inexpugnable para las tropas que pretendían tomarla y la complejidad hacía que fuera una empresa realmente difícil.
La toma de Sevilla
No perdía la esperanza el buen rey que, una noche, en el campamento de Tablada, donde aguardaba el ataque final o la rendición al asedio, tuvo un sueño en el que vio a una Virgen «muy bella con el niño en brazos» y así se lo contó a su capellán, que era Don Remondo, el obispo.
La Virgen transmitió paz al monarca así como la convicción que la ciudad sería cristiana. Cuando esto se produce él, en agradecimiento, quiso que se hiciera, que se tallara, una imagen tal cual él había visto en su sueño y así los escultores se pusieron a ello sin que lograran acercarse a su visión.
Una noche llegaron al Alcázar, al Palacio, tres peregrinos que llegaban de Alemania, el rey les ofreció cobijo y ellos le quisieron hacer un regalo: una imagen de la Virgen que harían aquella misma noche.
El rey les ofreció herramientas y lo que necesitaran pero los peregrinos dijeron no necesitar nada y solo que nadie les molestara. En la noche una criada se asomó a la habitación y notó como nadie trabajaba, sólo rezaban y justo en el centro había un misterioso resplandor.
El trabajo de los tres peregrinos
Rauda y veloz se lo contó al rey San Fernando que bajó con su escolta a las habitaciones. Llamaron a la puerta pero nadie les abrió, mando que se abriera o echara la puerta abajo y esta se abrió, dentro no había nadie, sólo, en el centro, un «bulto» cubierto por una sábana. Ni rastro de los peregrinos.
Entonces el rey descubrió aquello que cubría la sábana quedando anonadado por lo que veían sus ojos: era la Virgen que vio en sueños. Entonces comprendió que aquellos tres peregrinos eran tres ángeles mandando por la Virgen.
Además nadie salió de palacio como confirmó la guardia real y los escultores reales dijeron que era imposible que hubiera tallado «tan hermosa imagen en solo unas horas».
San Fernando mandó colocar la imagen en lo que era el altar mayor de la Gran Mezquita que estaba ya rendida a culto cristiano y él mismo dejó como última voluntad que deseaba que cuando le alcanzara la muerte su cuerpo descansara a los pies de la Virgen de los Reyes.
Hoy la Virgen de los Reyes es la patrona general de la Archidiócesis de Sevilla; el 30 de mayo de 1252 el rey moría y sus restos fueron depositados donde él deseaba.
Tiempo después, en 1668 se certificó la incorruptibilidad de su cuerpo sin mediar embalsamamiento, un signo de esa misma santidad. Se descubrió que el cuerpo del rey estaba incorrupto y entonces pasó a la santidad como rey santo o San Fernando, sinónimo de Fernando III.