Escondido tras una discreta fachada en una de las calles más animadas de Sevilla, la calle Cuna, se encuentra un tesoro arquitectónico y arqueológico que nos transporta a través de los siglos: el Palacio de la Condesa de Lebrija. Esta joya sevillana, datada del siglo XVI, destaca por su impresionante colección de mosaicos romanos que cubren prácticamente toda su planta baja, convirtiéndola en la «casa-palacio mejor pavimentada de Europa».
La historia del palacio es tan rica como su decoración. Sus orígenes se remontan al siglo XV, cuando fue construida como una casa señorial con un estilo propio de la época. A lo largo de los siglos, el palacio pasó por diversas manos, perteneciendo a familias nobles como los Paiba, los condes de los Corbos y los condes de Miraflores. Sin embargo, fue en 1901 cuando el palacio experimentó una transformación radical gracias a su nueva propietaria, María Regla Manjón y Mergelina, condesa de Lebrija.
Apasionada por la arqueología, la condesa de Lebrija decidió convertir el palacio en un auténtico museo, decorándolo con una valiosa colección de antigüedades que había reunido a lo largo de los años. Entre estas piezas destacan los numerosos mosaicos romanos que encontró en sus propias propiedades y otros que adquirió a comerciantes de antigüedades. Para llevar a cabo esta ambiciosa tarea, contó con la colaboración del arquitecto José Sáez y López, quien se encargó de restaurar y acondicionar el palacio.
El resultado es un espacio único donde el pasado y el presente se entrelazan de manera armoniosa. Los visitantes pueden admirar la belleza de los mosaicos romanos, que representan escenas mitológicas y cotidianas de la vida romana, así como otros objetos arqueológicos de gran valor histórico. Además de los mosaicos, el palacio cuenta con una rica colección de cerámica, vidrio, marfil y otros materiales, que ofrecen una visión fascinante de las diferentes culturas que han habitado la Península Ibérica.
Hoy en día, el Palacio de la Condesa de Lebrija es uno de los monumentos más visitados de Sevilla. Además de ser un museo, el palacio también se utiliza como espacio para eventos culturales, como exposiciones, conciertos y conferencias. Sus salones y patios, con su ambiente elegante y sofisticado, son el escenario perfecto para celebraciones especiales.
Si visitas Sevilla, no puedes perderte la oportunidad de descubrir este tesoro escondido. El Palacio de la Condesa de Lebrija te transportará a un mundo de belleza y misterio, donde el pasado cobra vida a través de sus mosaicos y objetos arqueológicos.
Laberinto artístico
El Palacio de la Condesa de Lebrija, un laberinto de historia y arte, se despliega en sus 2.500 metros cuadrados como un testimonio vivo de la rica herencia cultural de Sevilla. Su imponente fachada, con su portada de mármol y pilastras, nos invita a adentrarnos en un universo donde el pasado y el presente se entrelazan.
Al cruzar el umbral, nos encontramos con un zaguán que nos prepara para la experiencia que nos espera. Su techo de madera y la reja de hierro dorado nos transportan a otra época. Sin embargo, es al pisar el suelo cuando la magia comienza. El opus sectile, una obra maestra de la pavimentación romana, nos recibe con su mosaico de mármoles polícromos, creando un caleidoscopio de colores y formas que nos habla de civilizaciones pasadas.
La azulejería, que data del siglo XVI, recubre las paredes y nos sumerge en un mundo de patrones geométricos y motivos florales. En el patio central, la luz se filtra a través de los arcos adornados con yeserías y columnas de mármol, creando un ambiente íntimo y sereno. Y en el centro de este patio, como una joya escondida, se encuentra el mosaico romano del siglo II o III, rescatado del olivar de la condesa. Este mosaico, con su representación del dios Pan y sus aventuras, nos conecta con la mitología y la espiritualidad de la antigüedad.
El palacio es un auténtico museo arqueológico, donde cada rincón esconde un tesoro. Ánforas, columnas, esculturas, bustos grecorromanos y representaciones mitológicas conviven con objetos de origen chino y persa, creando un diálogo intercultural fascinante. La colección glíptica, con sus gemas talladas, nos revela la destreza de los artesanos romanos. Y las obras pictóricas, que incluyen piezas de Van Dyck, Bruegel el Viejo y la Escuela de Murillo, añaden un toque de sofisticación y elegancia.
Al subir a la planta alta, descubrimos las estancias privadas de la familia, conservadas tal y como eran cuando la condesa de Lebrija vivía allí. Los muebles, los objetos personales y la biblioteca con sus más de 4.000 volúmenes nos permiten imaginar la vida cotidiana de la aristocracia sevillana a principios del siglo XX.
El Palacio de la Condesa de Lebrija es mucho más que un museo. Es un viaje en el tiempo, un lugar donde podemos admirar la belleza y la complejidad de la historia. Es un testimonio del amor de una mujer por el pasado y su deseo de compartirlo con el mundo. Y es, sin duda, uno de los tesoros más preciados de Sevilla.