En el corazón del histórico barrio de San Bartolomé se alza el Palacio de Altamira, un edificio que guarda siglos de historia y evoca la diversidad cultural de la ciudad. Ubicado en la calle Santa María la Blanca, en pleno corazón de la antigua judería, este palacio se erige como testigo silencioso de las transformaciones que ha experimentado Sevilla a lo largo de los siglos.
Sus orígenes se remontan a la época almohade, cuando en este solar se erigía una vivienda que formaba parte de un complejo urbano que incluía mezquita, baños y zoco, evidenciando la intensa actividad que se desarrollaba en esta zona. Tras la conquista cristiana, la zona fue integrada en la aljama judía, donde destacados miembros de la comunidad, como José Pichón y Samuel Abravanel, desempeñaron importantes cargos en la administración real.
Sin embargo, el asalto a la judería en 1391 marcó un antes y un después. La comunidad judía se vio diezmada y los bienes de sus miembros pasaron a manos de la corona. Fue entonces cuando Diego López de Zúñiga, justicia y alguacil mayor del rey, levantó sobre estos terrenos el palacio que conocemos hoy.
A lo largo de los siglos XV y XVI, el palacio estuvo vinculado al poderoso linaje de los Zúñiga, condes de Plasencia y duques de Béjar, quienes realizaron numerosas reformas y ampliaciones. Posteriormente, pasó a manos de los marqueses de Villamanrique y de Ayamonte, y finalmente al condado de Altamira, del que toma su nombre actual.
Durante los siglos XVII al XIX, el palacio experimentó diversas transformaciones para adaptarse a los nuevos usos y gustos de sus propietarios. En el siglo XIX, como muchas otras mansiones sevillanas, fue destinado a casa de vecindad, lo que provocó importantes reformas que ocultaron la estructura original mudéjar.
Un tesoro arqueológico
Afortunadamente, las intervenciones arqueológicas realizadas en el palacio han permitido descubrir y recuperar parte de su pasado. Los restos de la vivienda almohade, así como los elementos arquitectónicos mudéjares, ofrecen un valioso testimonio de la Sevilla medieval.
El Palacio de Altamira es mucho más que un edificio histórico. Es un símbolo de la convivencia y el mestizaje que han caracterizado a Sevilla a lo largo de los siglos. Sus muros han sido testigos de la prosperidad de la comunidad judía, del poder de la nobleza castellana y de las transformaciones urbanas de la ciudad. Hoy en día, este palacio se erige como un referente cultural y un lugar de visita obligada para quienes desean conocer la historia de Sevilla.
El Palacio de Altamira
Sus orígenes se remontan a la época mudéjar, cuando un palacio de planta rectangular, organizado en torno a un patio central, se erigía en este solar. Esta estructura, con notables similitudes a los Reales Alcázares, contaba con salas ricamente decoradas con yeserías y artesonados de madera.
A lo largo de los siglos, el palacio fue ampliado y remodelado para adaptarse a los gustos y necesidades de sus propietarios, entre ellos destacados miembros de la nobleza castellana. En el siglo XVII, se construyó una nueva fachada principal, que dotó al edificio de un aspecto más imponente y representativo.
Sin embargo, fue a finales del siglo XIX cuando el palacio experimentó una transformación radical al ser adaptado a casa de vecinos. Esta nueva función supuso la adición de elementos arquitectónicos que alteraron su fisonomía original.
Una joya arquitectónica recuperada
A pesar de las múltiples transformaciones que ha sufrido a lo largo de su historia, el Palacio de Altamira conserva elementos arquitectónicos de gran valor histórico y artístico. Sus patios, con sus arquerías y yeserías, evocan la belleza y la sofisticación de la arquitectura mudéjar. Las salas ricamente decoradas y los artesonados de madera son un testimonio del lujo y el refinamiento con el que vivían sus antiguos habitantes.
La rehabilitación del palacio, llevada a cabo a finales del siglo XX, ha permitido recuperar su esplendor original y poner en valor su patrimonio histórico. Gracias a una intervención cuidadosa se han rescatado elementos arquitectónicos ocultos bajo capas de revoque y se han consolidado las estructuras dañadas.
Hoy en día, el Palacio de Altamira es la sede de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, lo que garantiza su conservación y lo convierte en un espacio vivo y dinámico donde se desarrollan diversas actividades culturales.