Roma vivió el pasado sábado una jornada que quedará para siempre grabada en los anales de la historia cofrade y espiritual. En el marco del Jubileo 2025, el Cristo de la Expiración —el Cachorro— ofreció en pleno corazón de la Ciudad Eterna una procesión sin precedentes, colosal en su belleza, intensidad y trascendencia. A su paso por el Coliseo, a las 15:37 horas, la imagen de Francisco Antonio Ruiz Gijón cruzó el umbral del tiempo y dejó una estampa imborrable: el crucificado barroco enmarcado por los arcos del símbolo del martirio cristiano, acompañado por una saeta de Diana Navarro, con el sol dorando su costado y el cielo encapotado como telón dramático.
Ese instante, inmortalizado por cientos de fotógrafos y peregrinos, fue el punto culminante de una procesión que comenzó bajo el cielo limpio de la piazza Celimontana y concluyó bajo la lluvia torrencial en la Vía Claudia, tras recorrer 3,7 kilómetros entre ruinas imperiales, música sacra y fervor universal.
El cortejo arrancó minutos antes de las dos de la tarde, abierto por la cruz patriarcal de Mafra, seguida por hermandades de Francia, Italia, Portugal, Perú y España, en un desfile ecléctico, solemne y profundamente simbólico. El Nazareno de León, los casacce genoveses, el crucificado de Perpiñán y la Addolorata de Sicilia marcaron un itinerario coral que mostraba la riqueza de la tradición cristiana europea y americana.
Y entonces fue el turno del Cachorro. Salió entre vítores y lágrimas, escoltado por la Guardia Civil y la policía italiana. A los sones del Himno Nacional y marchas como Sevilla Cofradiera y Patrocinio, avanzó majestuoso por la Vía Claudia hasta encontrarse con el Coliseo. El público, mayoritariamente español, acompañó con devoción y emoción cada chicotá del paso, que se alzaba como una presencia casi mística sobre la Roma imperial.
Junto a él, se preparaba el imponente trono de la Esperanza de Málaga, obra de proporciones áureas, ejemplo de elegancia cofrade andaluza. Desde su salida, desató el entusiasmo de los fieles, que la escoltaron entre lágrimas y vivas, reconociendo en ella la encarnación de la fe y la belleza.
Imágenes únicas del Cachorro en Roma
Ya en el Circo Máximo, el segundo gran hito del recorrido, el Cachorro volvió a ofrecer una escena grandiosa: su trono avanzando por el antiguo recinto de las cuadrigas mientras sonaba Margot, ante un palco de autoridades repleto. Entre ellas, el monseñor Rino Fisichella, organizador del evento jubilar; el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz; el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri; la vicepresidenta María Jesús Montero; y el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, entre otros.
Sin embargo, el cielo quiso también dejar su huella en esta jornada histórica. Justo cuando el Cachorro volvía hacia el Coliseo, comenzó una lluvia intensa que obligó a acelerar el paso. Lejos de empañar el ambiente, la tromba de agua convirtió el final de la procesión en una épica religiosa: costaleros empapados, sevillanos y malagueños cruzando vallas para arropar al Cristo, y un público rendido ante la escena. Fue un regreso solemne, bajo la lluvia, con Amarguras marcando el último esfuerzo.
El tramo final, ya de noche, dejó imágenes de gran belleza: el paso del Cachorro iluminado entre el Foro Romano y el Coliseo, seguido por un público rendido y emocionado. Mientras tanto, la Esperanza, que cerraba el cortejo, aún ascendía por el Coliseo, dejando un hueco que acentuó el protagonismo del Cristo sevillano en esta jornada de gloria.
Lo que Roma vivió el 17 de mayo de 2025 no fue solo una procesión. Fue un acto de fe global, un gesto cultural profundo, una ofrenda de belleza y devoción sin fronteras. Los miles de peregrinos que viajaron a la Ciudad Eterna fueron testigos de un momento único: la fusión del arte, la tradición, la fe y la historia.
Como reza el lema que circuló en muchas pancartas durante el recorrido: Venimus, Vidimus, Deus Vicit —Vinimos, Vimos, Dios Venció—. El Cachorro venció al tiempo, al espacio, y a la lluvia. Roma ya lo guarda en su alma.